Llega un momento de la noche en que nada es. Nada se posee, nada se siente, nada nos ocupa. No es que nos encubra la oscuridad, no es que nos capture la inconsciencia, no es que nos sintamos desprovistos. Ni siquiera las sensaciones nos rescatan, ni los sueños nos consolidan, ni el pensamiento nos nutre. De pronto la alteración de un ruido, acaso imaginado. Levantarse inquietos, dar la luz del cuarto y negársenos. Palpar vacíos, avanzar pasos tímidos, temer un precipicio bajo los pies desnudos. Conjeturar que aquel es el mundo en que vivimos, que olvidamos ya el anterior, sin saber cómo. Una máscara fosforescente se aproxima para mostrarnos hasta qué punto se apropia de nosotros el animal que llevábamos dentro sin reconocer y se instala de pleno. Sin tiempo para aceptar o rechazar su inminencia. Como una
fata morgana su rostro queda fundido en el lugar del que ya no encontramos. Arde lo que queda del hombre anterior. Tras consumirse, la duda de una nueva visibilidad, la presencia de unos rescoldos inútiles.
(Las fotografías de estos tres últimos posts están realizadas a distintas velocidades de obturación sobre el videorretrato Ivory, uno de los Voom Portraits de Robert Wilson)
Es difícil ese momento. El hombres siempre duda ante el animal ¿ O es el animal el que duda ante el hombre? Quién no tiene parte de quien... Aunque sea como una imagen ignea, fluorescente que se yergue fantasmal sobre la nada...
ResponderEliminarA veces de esa Nada en la noche, surge una esquirla que nos recuerda que sí, que todavía, -para bien o para mal-, ruge el animal que llevamos dentro.
Bienvenida, Niké. La duda para el hombre es: ¿debo encarnarme en el animal que llevo dentro, en eso que me conecta con la naturaleza de manera más directa que la cultura adquirida? La noche es propicia, la oscuridad también, el abandono y la soledad son la condición. El animal que creemos distante pero está aquí nos observa, nos echa un pulso, arriesga con nosotros. Cuando el hombre se siente acabado viene él y nos echa un envite. Puedo ser tú, nos dice. Pero no llega exactamente nunca. Envía su representación. Su máscara. Nos seguimos mirando a distancia. Hombre y animal se necesitan. ¿Quién tiene más máscaras, el animal o el hombre? Sí, el hombre duda siempre ante el animal, es decir, duda siempre ante otros hombres.
ResponderEliminarTomas carrerilla, Fackel. Esta serie me ha encantado. ¿Hacia dónde vas a saltar?
ResponderEliminarAbrazos
Duda por tanto, de sí mismo...
ResponderEliminarTú por ejemplo
ResponderEliminarStalker, no soy exactamente la pantera de la imagen, mis saltos no son tan briosos y elegantes, jaj.
ResponderEliminarYo no lo veo como usted, Niké M. Simplemente.
ResponderEliminarFackel, salta usted con elegancia, no lo dude. Sólo los demás pueden verlo.
ResponderEliminar¿Cómo lleva el vértigo de lo real?
Y nadie dijo que tuviera que verlo como yo. Lo expuse, simplemente.
ResponderEliminarUf, temía la última entrada de las tres porque cada vez la atmósfera se volvía más inquietante. Sin embargo la última entrada tiene algo tranquilizador (para mí).
ResponderEliminarYo no dudo de que el hombre tenga más máscaras. Las máscaras del animal se las ponemos nosotros.Él es, sencillamente. Y nosotros no podemos ser sin consumirnos y olvidarnos completamente. Las noches no bastan para eso.
Tampoco estoy muy segura de lo que digo, es sólo mi opinión Ahora.
Un beso
Es bueno regenerarse, dejar atrás la piel vieja, la máscara antigua, la mirada cansada...Sí.Hay que ser valiente y poder asumir el no ser y el ser nuevo, andar los nuevos y desconocidos caminos.
ResponderEliminarEs preciso asumir que llevamos dentro no uno sino varios.
Las máscaras del animal nos las apropiamos nosotros, Rat. Observa a las culturas africanas, que son muy sabias al respecto. Los animales no las necesitan, o acaso sí, pero la necesidad de utilizar este mundo complejo de representaciones y atribuciones ajenas la tenemos los humanos. A través de ellas queremos serlo todo. Precisamene para no consumirnos ni renunciar completamente, es por lo que nos transfiguramos tanto cada día. En cada relación, en cada actividad, en cada circunstancia solitaria. Incluso en nuestra entrega a la onírica, llámese placer consciente o sueño. Somos lo que somos.
ResponderEliminarDe acuerdo contigo, Lagave. Todos vamos por la misma senda y con los años vamos sabiendo interpretarlo. Es verdad que hay que desechar viejas máscaras, pero al abordar nuestro intento de ser nuevos precisaremos de otras máscaras nuevas, no me cabe duda. El tema decisivo es: ¿necesitaremos máscara para dirigirnos a nosotros mismos? Ahí es donde me resisto y no flaqueo. El encuentro con el YO debe ser descarnado, sin ritos ni trampas ni delegaciones. Si no, es que nos consideramos enemigos de nosotros mismos.
ResponderEliminarSaludable nocturnidad.
Nuestra unidad es un tanto ilusoria, creo;la da el cuerpo que tenemos, estando en cambio permanente. Somos y dejamos de ser a cada instante, cuánto más a lo largo y en distintos momentos de una vida. La mente, el espíritu....fluyen con nuestro cuerpo. Un conjunto de estabilidad inestable diría yo.
ResponderEliminarEl encuentro con el YO debe ser un reconocimiento de lo relativo de nuestra persona, como ser vivo y como "Una de tantas máscaras"que podemos llevar. Quizá sea doloroso perder lo absoluto, pero es necesario reconocerse en lo más grande y en lo más pequeño, en lo sencillo y en lo complejo, en lo animal y en lo divino.
No creo que exista un Yo único ni sin máscaras, Fackel.Somos lo que vamos siendo.
Buenos sueños.
Evidente, Lagave. Somos lo que vamos siendo. Qué razón tienes. Lo que nos vamos haciendo, lo cambiante, lo diferente. Ratifico tu párrafo. Sólo matizo que para mi no fue doloros perder el concepto de absoluto. Sino liberador. La luz. La conciencia.
ResponderEliminarBuena noche.