"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 1 de noviembre de 2008

Inmovilidad




No vas a parte alguna, ni siquiera tocarás el suelo, y el cielo queda fuera de ti, te han cortado las alas de mensajero con que llevabas y traías para ti mismo las noticias de tus descubrimientos, sólo eres una flotación pesada, inerme, te ves atado a la nada por una mordaza del movimiento, tus tobillos anclados al enigma, sin visión, sin cuerpo, desprovisto de una figura que justifique unas extremidades cuyos dedos se abren a palabras mudas, cuyas uñas se expanden para arañar partículas de tierra firme donde quisieras reposar, donde tener conciencia de ubicación, se te niega el lugar, se te priva de las posibilidades de unos pasos que han quedado mancos acaso para siempre, amarrado por una banda nívea de la que sólo crecen nudos, como las verrugas del tronco de un árbol veterano, de qué son cada uno de esos nudos, te cuestionas, de una herida, de una defección, de un desgarro, de una costra, de una traición, interrogaciones átonas cuyo trenzado se concatena ocupando gran parte del paño cano, aún hay una pequeña porción de trapo esperando estérilmente que se liguen nuevos nudos, estás colgado en algún lado vano, tú que hablabas de encrucijadas no previste la más dudosa de todas las perplejidades, la desaparición de las sendas, y ahora por dónde irás si no puedes ya ir, si no sabes ya tomar una dirección, no pienses que la ley de la gravedad vaya a quebrar sólo para ti, sólo para acogerte en otra dimensión, y cualquier tentativa sería ilusoria, el impulso desafía su inexorable destino, pero no tienes el poder de hacerlo perdurable, si saltas tan paralizado como te encuentras caerás al pozo o al barranco, ni lo intentes, si al menos comprendieras lo que esconde el lenguaje de cada nudo, si dejaras de mirar la atadura estéticamente morbosa de cada uno de ellos, si advirtieras la disposición declinada de tus pies, que no consigna de ti más que un pasado incorregible, pero tal vez careces ya de la agudeza de la percepción, aquella que te hacía gozar y sentir y desear y compartir, y maldito como te sientes, gritas salvajemente, desesperadamente, a tu manera aquello del ilustrado filósofo moribundo: oh vide, où est ta victoire?


(La composición es de Darío Villalba)

4 comentarios:

  1. Usted se ha propuesto que hoy llueva sobre París. Algo de "Señor de los elementos tiene".

    ResponderEliminar
  2. Anónimo, si vd. lo ve de esa manera... ¿Sólo será lluvia o traerá detrás otros elementos?

    Gracias.

    Fackel

    ResponderEliminar
  3. Me sorprendes con lo de Oh vide. Oh, vacío, traduzco. En la tradición cristiana del sábado santo es aquello de muerte, dónde está tu victoria, ¿no? Pero tú precisas más. Vacío y muerte no son lo mismo. Tal vez sabes echar un pulso a las palabras trágicas. Un acierto, F.


    Juanjo

    ResponderEliminar
  4. En efecto, Juanjo, vacío y muerte no son lo mismo. Particularmente, me espanta más el vacío...una suerte de muerte en vida, ¿no? La muerte...¿para qué hablar de ella, si nunca es acontecimiento sino tan sólo desenlace? Gracias.

    ResponderEliminar