Okuma se erige como una fortaleza arbórea entre las aldeas de Kiwa, Taguchi y los arrabales de la ciudad próspera de Ikinawa. En realidad, los separa a todos ellos, de tal modo que aunque al subir al monte se pueden contemplar en su dispersión todas las poblaciones, desde éstas no hay una percepción palpable de sentirse próximas. Las encrespadas estribaciones del monte, los estrechos pero profundos tajos que abre el curso frío y diagonal de los ríos que bajan desde más allá de Okuma y la vegetación tupida no les hace visibles entre sí a los habitantes de la comarca. Los caminos son intrincados y en muchas partes el suelo cede por efecto de las lluvias, poniendo en riesgo las carretas y las caballerías. Muy ocasionalmente pasan por la zona los funcionarios enviados por el gobernador de la provincia para cobrar los impuestos o inventariar el censo, que apenas se modifica de unos años a otros. De hecho, si bien en el primer caso andan diligentes y rigurosos para reclamar las contribuciones que no dejan de subir, en el segundo hacen la vista gorda, sin importarles demasiado si hay trasvase de gentes de otras provincias, atraídas por la actividad en alza de las pañerías y de los talleres de tinte. Okuma se mantiene más o menos intacto, no se sabe bien si por las supersticiones tradicionales de los habitantes, que siguen creyendo que el monte es una herencia sagrada de los antepasados, bien porque es un paraje a mantener en su plenitud y belleza, bien porque muchos de los vecinos de la comarca yacen fusionados con las hayas y las rocas y su sueño definitivo no debe ser inquietado. Es cierto que no todos los montes de la provincia corren la misma suerte. El incipiente crecimiento manufacturero reclama el precio del derribo de los árboles, y el golpe es severo en los hayedos y en los arcedos. No obstante, los habitantes de las aldeas ponen de su parte lo que pueden para reforestar y mantener vivas las especies. En cierta ocasión conocí a Hichita, la menuda y tímida maestra del poblado de Karagata, el más alejado de Okuma. Un día a la semana sacaba a sus alumnos a dar un paseo por los alrededores, como premio a la constancia en las tareas escolares, pero el objetivo tangible era enseñarles a distinguir unas plantas de otras, unos árboles de otros, unas rocas de otras. Todos llevaban su pequeña azada y un ligero cuévano a sus espaldas, y se detenían en aquellos parajes más esquilmados por los leñadores. Entonces sacaban de sus cestos unos retoños de arce y los plantaban con mucha parsimonia. Al final, la maestra y los alumnos permanecían callados en círculo, se miraban entre sí con satisfacción y cantaban una antigua canción que hablaba de que los ríos, los montes y los valles eran las almas de los genios que se habían fugado del reino exquisito para transmitir a los hombres sus goces y sus ilusiones. Aquella escena atravesó de manera tan conmovedora mi espíritu que no pude por menos que dedicar a Hichita un haiku.
Pequeña guía,
tus manos plantan brotes,
tu ser latidos.
Demonios, Fackel, me ha encantado. Este texto y el anterior me remontan al cine clásico japonés, ya sabes, Mizoguchi, Ozu, Naruse, Shindo y tantos otros...
ResponderEliminarEl haiku me ha encantado. De veras, es un machetazo que has pegado ahí, de lo más hermoso que has escrito en este blog, compañero.
Abrazos
PD: puse lo de Maillard en mi blog, "Opinión de los lectores I"; si finalmente te decides, entrarás en el 2, estoy esperando más colaboraciones...
ResponderEliminarBona nit, amic
Bon dia tinguis, Stalker de Tarkovski, ciudadano del mundo. Ya quisiera yo conocer algo más de ese cine que citas. Es uno de esos proyectos que guardo para cuando mi tiempo sea algo más mi tiempo (imagina: mi tiempo fundamental hasta el momento cuantitativamente hablando es alienación laboral)Así que tranquilo, que ya reclamaré en su momento de tu condescendencia que me sugieras obra y autores, me vendrá bien.
ResponderEliminarLa cultura histórica japonesa es la (aunque no única) gran desconocida para los españoles. Así que cualquier aproximación, llámese cine o literatura, es válida para tomar contacto con un mundo que empieza a dejar de ser lejano cuando se abren nuestras mentes (ganas de conocer) y sobre todos nuestros corazones (voluntades) ¿Por qué me siento estimulado a ficcionar tontamente textos como los que he colgado estos días? Ni yo mismo lo sé. Supongo que algunas lecturas, algunas fugas al otro lado del mundo, algunos ardores volcánicos que azuzan en mi el afinamiento de la sensibilidad.
Los haikus en general son sorprendentes. Nunca pensé que pudieran ser tan universales. Ha sido Octavio Paz, mire vd., quien me ha conducido a ellos. Y es que creo que hay una red invisible en la cultura humana en que unas visiones te conducen a otras. Eso es lo que me permite sobrevivir y creer en un lado de la humanidad (respecto al otro lado, sigo escéptico, inclemente y expectante)
Que el sábado te sea luminoso (sobre mi cabeza hay sol, pero muy frío)
Cuando me digas te preparo un paquetito de recomendaciones, que aunque vasta es mi ignorancia, en cine es un poco menor (sólo un poco).
ResponderEliminarTodas las culturas se tocan porque la vida es un rizoma interminable, de múltiples conexiones... y es muy saludable que Octavio Paz te conduzca a esos mundos no tan alejados. Fíjate que hay ejemplos, en la copla y en el metro breve castellano, de ese poder de concisión del haiku... Pequeñas joyas emboscadas en nuestra cultura popular...
Brilla un sol frío, sí, expectante y sereno, como tú mismo.
Insistes en el Vd, y yo te digo que me viene grande por mi edad y posición social, tan grande como un bigote y un bombín, digamos... agradezco, no obstante, tu cortesía,
Abrazos
Es que Octavio Paz conoció de cerca la cultura secular de Japón. En su libro "Árbol adentro" cultiva en algunos poemas el haiku y los "octaviza". Pero estoy de acuerdo contigo en las conexiones entre culturas, que vienen desde los tiempos más lejanos.
ResponderEliminarY ya que hablas de ejemplos de letras castellanas con capacidad de concisión y claridad, sin ir más lejos, Antonio Machado. Y es que este profe de provincias sabía más de lo que la España de entonces transmitía...
Salud /os ante el lunes laboral, hermano.
Fackel, en una misma entrada mencionas a Octavio Paz y Machado. Recordarás que el primero dijo del segundo que era un grandísimo poeta... del siglo XIX.
ResponderEliminarCreo que no se puede dar un dictamen más justo y más inapelable.
Abrazos
¿Qué importa el tiempo si la poesía es válida y aportadora? Tengo gran fervor por Antonio Machado. No me gusta tanto lo formal de su poesía como la clarividencia de sus juicios. Debe ser por eso que me cautiva tanto su Juan de Mairena.
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