"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 1 de julio de 2008

Ausencia


Los principios de verano le traen al hombre la memoria de los finales de verano. De qué manera los extremos del arco del tiempo se han fundido en su mente es un misterio. La llegada expectante y pusilánime a la ciudad del Norte se disolvía en veinticuatro horas. Justo el tiempo para hacerse a nuevos olores, a nuevos paisajes, a otros tipos y a diferentes costumbres. Impregnarse de la novedad era fácil, desproveerse de la disciplina anterior más sencillo todavía. Luego, un largo período, lento pero repleto de vivencias e intensidades. Calarse hasta la médula del entorno suponía para él un renacer al que se hacía con comodidad. Luego, el disfrute, en un paréntesis no sólo temporal, sino generacional. Los adultos, en su mundo secreto y conflictivo. Él y los otros niños, navegantes de la fragilidad y el albedrío incontrolado. Entonces, ¿por qué el hombre -el niño de ayer- recuerda más el último día que el primero? Por la culpabilidad que originaba en él la desposesión que le confundía. Por la renuncia forzada, la conciencia del acabamiento, el sentimiento de la pérdida. Todo había sido suyo y de pronto un atardecer dejaba de serlo con el crepúsculo, para preparar la maleta e iniciar el retorno. Nunca fue tan íntimo el acto de la meditación improvisada. Ni los árboles, ni los ríos, ni los prados, ni las lechuzas, ni los insectos de la noche volvían del todo con él. A la orilla del arroyo, su corazón era un desgarro. Después vendrían muchos más a lo largo de su vida. Fue entonces cuando se configuró en él aquella impronta magmática. Decidió que su consistencia quedara allí, aunque su apariencia regresara a la normalidad. Andando el tiempo, un poeta canadiense, Mark Strand se lo representó de la manera más visual que cabe imaginar...

En el campo
soy la ausencia
de campo.
Siempre
es así.
Dondequiera que esté
soy lo que falta.

Muchos años después, en su recóndito rincón, el hombre se mantiene en su lema. Una promesa. Un ofrecimiento. Un pulso. Una decisión. Sin vuelta atrás.


(Niño ante pájaro negro, pintura del pintor expresionista alemán Emil Nolde)





2 comentarios:

  1. leyéndote, y a Strand
    y el pájaro negro, el niño, el hombre
    no sé qué tiene que me derrumba, Fackel
    (aunque sí)
    Gracias.

    un abrazo, salud

    m.

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    Respuestas
    1. Volvió a subir a aquel monte, volvió a subir a aquel monte, volvió a subir a aquel monte, ¿y qué creéis que vio? al otro lado otro monte, al otro lado otro monte, al otro lado otro monte, mayor que el anterior...nos derrumba la montaña, porque no somos más grandes que ella, Ío. Salud siempre. Un abrazo.

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