Ellos son el rostro de la estación. Habrá otros rostros, otras composturas, otras sonrisas. Pero ellos hacen menos catastrófica la vida desde una ventana. ¿Se han dado cuenta de la escasez de plantas y flores que hay hoy día, parvedad que hace más solitarios y ausentes los balcones y miradores de las ciudades? Tal vez son un paradigma de la vida de los pobladores. De puertas adentro, la abulia, el desinterés, el silencio o simplemente el dejarse llevar rige la existencia de sus habitantes. ¿A quién sonríen, por lo tanto, los geranios? ¿A los paseantes, a los transeúntes, a los aventureros, a los que se inician? Su modesta exhibición, ¿es una apariencia, una imagen, el disimulo? ¿Es la encarnación de una vida que los de dentro no saben llevar ya? ¿Es la translación de lo deseado pero no conseguido? ¿Es la delegación en otras especies de aquellas manifestaciones que a los humanos nos quiebran? Con su presencia, las ventanas se abren más, la sangre es savia, y la savia es hermosura. ¿Un pequeño espacio estético frente a la carencia y al ceño de la vida cotidiana? Siempre que paseo, escudriño las fachadas de los edificios, busco las diferencias, anoto cualquier toque revelador o asombroso. Es una vieja afición mía, sea leer los rótulos, contar los vanos o fijarme en las geometrías. Pero de entre toda esa parafernalia de arquitectura últimamente me entusiasmo sobre todo con el hallazgo de las plantas, de las flores, de los ramajes. La arquitectura llegó un día, vio y venció. Por lo siglos de los siglos, hasta que la incuria les gane el pulso. No representan la vida interior. Por el contrario, las jardineras, las macetas o los tapices de trepadoras manifiestan la vitalidad modesta de los que habitan las estancias de las casas. Cuando contemplo a un hombre o a una mujer regando sus plantas, desechando lo podrido o entablando un diálogo amoroso con su pequeño jardín, me reconozco en la vida. Una prolongación de la posibilidad. Una muestra de la renovación. Un entusiasmo por lo pequeño.
miércoles, 7 de mayo de 2008
Reconocerse
Ellos son el rostro de la estación. Habrá otros rostros, otras composturas, otras sonrisas. Pero ellos hacen menos catastrófica la vida desde una ventana. ¿Se han dado cuenta de la escasez de plantas y flores que hay hoy día, parvedad que hace más solitarios y ausentes los balcones y miradores de las ciudades? Tal vez son un paradigma de la vida de los pobladores. De puertas adentro, la abulia, el desinterés, el silencio o simplemente el dejarse llevar rige la existencia de sus habitantes. ¿A quién sonríen, por lo tanto, los geranios? ¿A los paseantes, a los transeúntes, a los aventureros, a los que se inician? Su modesta exhibición, ¿es una apariencia, una imagen, el disimulo? ¿Es la encarnación de una vida que los de dentro no saben llevar ya? ¿Es la translación de lo deseado pero no conseguido? ¿Es la delegación en otras especies de aquellas manifestaciones que a los humanos nos quiebran? Con su presencia, las ventanas se abren más, la sangre es savia, y la savia es hermosura. ¿Un pequeño espacio estético frente a la carencia y al ceño de la vida cotidiana? Siempre que paseo, escudriño las fachadas de los edificios, busco las diferencias, anoto cualquier toque revelador o asombroso. Es una vieja afición mía, sea leer los rótulos, contar los vanos o fijarme en las geometrías. Pero de entre toda esa parafernalia de arquitectura últimamente me entusiasmo sobre todo con el hallazgo de las plantas, de las flores, de los ramajes. La arquitectura llegó un día, vio y venció. Por lo siglos de los siglos, hasta que la incuria les gane el pulso. No representan la vida interior. Por el contrario, las jardineras, las macetas o los tapices de trepadoras manifiestan la vitalidad modesta de los que habitan las estancias de las casas. Cuando contemplo a un hombre o a una mujer regando sus plantas, desechando lo podrido o entablando un diálogo amoroso con su pequeño jardín, me reconozco en la vida. Una prolongación de la posibilidad. Una muestra de la renovación. Un entusiasmo por lo pequeño.
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Si yo le contara Fackel, No creerá lo que un día me pasó! Una vez alguien me llamó al trabajo, cuando tomé el teléfono lo primero que escuche de esa voz (a la que nunca había oído) fue: ¿te gustaron los geranios?
ResponderEliminar¿Acaso no es maravilloso el mundo en su sorpresa y su complejidad? Me acordé al ver esa foto.
Pues mire, Anónimo, si le gustaron los geranios me parece maravilloso, son unas flores modestas pero exultantes, y enormemente gratificantes también.
ResponderEliminarEl mundo es sorprendente por su complejidad, sí, acaso la sorpresa no tiene nada de simple. La sorpresa aparenta con frecuencia ser un mero chispazo, un ramalazo de azar, un tónico repentino de casualidad, ¿pero lo es realmente? Pero admito lo magnífico de que la sorpresa sea resultado de lo complejo, del entrelazado de factores, aspiraciones, vidas, movimientos, deseos...
Bueno, gracias por tu apunte, seas quien seas...