sábado, 12 de abril de 2008
La orfandad de las doncellas
Malherido, resiste. Y el héroe que se postula canta ya la victoria. Asterión se arrastra con el dardo profundo en sus entrañas. Han sido liberadas las doncellas y la nave se aleja del laberinto. El mito debería acabar aquí. Pero ellas se asoman a cubierta. Lanzan ayes al contemplar los estertores de su antiguo carcelero. Le llaman con angustia, le compadecen, le reclaman, lloran con acritud. Teseo, desde el timón, se desespera al contemplar su obra demediada. Ha vencido al monstruo, pero no cuenta con el apoyo de las vírgenes. Demasiado tiempo han pasado en el reducto de la bestia, piensa, y no han visto nunca otro país. Teseo cree que es la ausencia del laberinto lo que las confunde. La falta de horizontes, el desconocimiento de otros paisajes, la privación de los aprendizajes. Él ha llegado hasta la ciudad de los sacrificios, precisamente para que ellas descubran el mundo de las posibilidades. Eso es lo que las dice. Para ello ha realizado un viaje arriesgado y cumplido una misión difícil. El rescate ha sido doble: ha sacado a las jóvenes de la cautividad y, por otra parte, ha eliminado al agente del sometimiento. Deberían agradecérselo, cree. Pero ellas, lejos de dejarse convencer por el razonamiento del héroe, siguen invocando a la fiera. Minotauro, padre, no sufras, le gritan. Esposo, no nos dejes, braman. Amante, no nos traiciones, se desgañitan. Hacedor, no nos abandones a la privación de lo ignoto, vociferan. Asterión escucha acongojado los lamentos de las doncellas. Es amarga la separación, mucho más dura que la propia muerte, se repite a sí mismo. Pero en la caída final, baboseante de sangre y desesperado por los dolores, el Gran Híbrido encuentra alivio en esas hijas que le recuerdan, en esas esposas que le retienen, en esas amantes que le desean, en esas obras que él ha recreado. Pero los dioses también saben ser clementes y equitativos, y manifestarse a través de la naturaleza de las cosas. El mar ha escuchado las lamentaciones de las doncellas y sale en su ayuda. Conviene con los vientos en que la nave no avance. Expande su manto azulado sobre Minotauro para ocultar su sangría y que muera en paz. El segundo mito debería terminar en este instante. Pero Teseo, sintiéndose herido en su amor propio y cuestionado en su altísimo cometido, se enfurece. Mas nada puede hacer ya. Los elementos no están de su lado. Las mujeres le han dado las espalda definitivamente por su fiereza y su capacidad manifiesta de engaño. La nave está enteramente en manos de ellas. Junto con las aguas y los vientos pueden decidir el futuro del tercer mito.
(Minotauro, según Picasso)
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