¿Qué sueña ella mientras el caballo rojo y el jinete azul cabalgan, definitivamente extraviados, por llanuras desconocidas? ¿Se está acaso formando de nuevo en el magma más profundo de la tierra, desde el cual renacer? Esa entrega a la memoria fetal, ¿no es sino una plegaria onírica a los lejanos orígenes? Los lienzos de algodón satinado que se arrebujan por doquier, ¿no la mecen acaso como a una odalisca surgida de la espuma de los mares? ¿Es la imposibilidad, el límite o el hastío lo que la ha impulsado al abandono? La luminosidad anaranjada que la tiñe, ¿no será la propia luz del fanal donde acaso encuentra ella su metamorfosis? Su vieja aspiración de iluminar el tránsito costero de las naves puede al fin realizarse en otro plano donde la prohibición no existe. Cuando era niña corría a visitar a su padre, farero de la isla más oriental, y un día quiso recoger la herencia del oficio. Los tiempos y sus leyes no la permitieron vivir sino en el ensueño. Desde entonces deseó el castigo para los ingratos. Cuando el caballo rojo se plantó solitario a su puerta, surgido de no sé sabe qué apartado confín de la tierra, no dudó en disfrazarse de jinete azul y recorrer las geografías de los mundos donde se hablan lenguas de calado distinto y los colores expresan sentidos opuestos. Pero los humanos que no se entendían no dudaban en arremeter contra el espectro rojiazul que erguía su ímpetu por pueblos, ciudades y aldeas para advertir de las catástrofes del desentendimiento y de la ambición de sus pobladores. Tanta galopada sin suerte, ¿a dónde podía conducirla sino al agotamiento y a la desesperanza? Fundida como estaba con su equino de sangre y furia, un día desapareció de los caminos. No se supo más de su relincho profético. La gente de los lugares echó en falta las apariciones mistéricas de aquella especie de pegaso de mar y fuego. Un largo silencio, a imagen de la inmensa y aparente calma chica del océano, tensionó las almas. Después, el continente quebró sobre sus pies, el estruendo extendió su dominio y las palabras dejaron de ser salvíficas para pudrirse en sí mismas. Aligerada de la memoria, la mujer que sólo quiso ser farera y que fracasó como mensajera previsora del porvenir incierto, yace sumida en un duermevela intenso. Acaso los rayos acrisolados generan lentamente sobre su piel un nuevo engendramiento.
(La fotografía, a cargo de la checa Katarina Brunclikova)
(La fotografía, a cargo de la checa Katarina Brunclikova)
Vivir en un faro, como volando siempre sobre el mar. Sentir los colores, la luz, el tiempo y formar parte de ellos...Isla en una isla.
ResponderEliminarDe pequeña, también yo quise ser farera. Y tampoco los tiempos y las leyes me dejaron.Es otro más de los sueños que quedan enredados en este ir y venir de cada uno. Buenos sueños, fackel.
A veces, Lagave, las ensoñaciones y las ficciones interpretan sin querer los sueños y las aspiraciones taponadas de los demás. Pero está bien saberlo y sentirnos copartícipes de alguna manera de ese imaginarium. Buen descanso y mejor alma.
ResponderEliminar