(Invocaciones VIII)
En tu caída estás tú sola. Demasiado profunda para advertir la ingratitud del abismo. Desarbolada, trazas un bucle ansioso. Nadie se percata de tu desasosiego
al otro lado de las paredes. Has provocado el desaire y el riesgo del duelo te retrae. Preferiste expulsarle de tu presencia. Ahora te arrepientes. Te sientes confundida por tu torpe decisión. Estúpida. Le exigías más de lo que él podía darte. Y era mucho. Aunque fuera a su manera. O le reclamabas exageradamente con el fin de retenerle. No advertiste a tiempo que le estabas sujetando contra la imposibilidad. O acaso no lo mediste bien. Sus ritmos siempre han sido diferentes a los tuyos. Qué querías. Vuestras diferencias habían resultado un buen proyecto. El acercamiento posibilitaba el intercambio. La separación generaba otras dimensiones. Os asustaba la distancia, pero la distancia misma os vinculaba. Os crecíais por separado en el alejamiento, pero lo compartíais de una manera cómplice que los ojos ajenos no podían captar. Convergíais acertadamente en la entrega, cuando el azar o la necesidad os solicitaba. Ambos os concedíais el beneficio de una suerte de continuo retorno. Podían pasar semanas o meses tras lo que parecía el fin, como si todo se hubiera convertido en memoria. Pero de pronto, parecía manifestarse una coincidencia. Había ciertas señales causales. Como cuando las semillas se desplazan por el aire y se asientan sin esperarlas sobre la tierra. Y de pronto está ahí creciendo una planta donde menos lo esperabas. Él sentía que te aproximabas una vez más, tú presentías que iba a recabarte de un momento a otro. Y al primero que se daba por aludido tras la señal, le respondía el otro sin duda alguna. Y volvíais a vuestra peculiar rueda. Aceptándoos; no sé si más sabios o más generosos o simplemente más expectantes. Y propiciabais los encuentros como si fueran nuevos y más intensos y más cargados de deseo que nunca. Te sorprendías de que siguieras obrando como un imán poderoso sobre él. Y te admirabas de que le siguieras percibiendo renovado y extenso en imaginación. Y apostaste. Ahí el error. Tu afán posesivo le exigía determinaciones que él no estaba dispuesto a tomar. Y fuiste toda rabia y desconcierto y caíste. Caíste en su presencia y él enmudeció. Caíste ahora que te sientes perdida en la apuesta indeseada de tu soledad. Intuyes que no será la caída definitiva. Acaso sólo la penúltima.
(Cuadro de Paula Rego)
En tu caída estás tú sola. Demasiado profunda para advertir la ingratitud del abismo. Desarbolada, trazas un bucle ansioso. Nadie se percata de tu desasosiego
al otro lado de las paredes. Has provocado el desaire y el riesgo del duelo te retrae. Preferiste expulsarle de tu presencia. Ahora te arrepientes. Te sientes confundida por tu torpe decisión. Estúpida. Le exigías más de lo que él podía darte. Y era mucho. Aunque fuera a su manera. O le reclamabas exageradamente con el fin de retenerle. No advertiste a tiempo que le estabas sujetando contra la imposibilidad. O acaso no lo mediste bien. Sus ritmos siempre han sido diferentes a los tuyos. Qué querías. Vuestras diferencias habían resultado un buen proyecto. El acercamiento posibilitaba el intercambio. La separación generaba otras dimensiones. Os asustaba la distancia, pero la distancia misma os vinculaba. Os crecíais por separado en el alejamiento, pero lo compartíais de una manera cómplice que los ojos ajenos no podían captar. Convergíais acertadamente en la entrega, cuando el azar o la necesidad os solicitaba. Ambos os concedíais el beneficio de una suerte de continuo retorno. Podían pasar semanas o meses tras lo que parecía el fin, como si todo se hubiera convertido en memoria. Pero de pronto, parecía manifestarse una coincidencia. Había ciertas señales causales. Como cuando las semillas se desplazan por el aire y se asientan sin esperarlas sobre la tierra. Y de pronto está ahí creciendo una planta donde menos lo esperabas. Él sentía que te aproximabas una vez más, tú presentías que iba a recabarte de un momento a otro. Y al primero que se daba por aludido tras la señal, le respondía el otro sin duda alguna. Y volvíais a vuestra peculiar rueda. Aceptándoos; no sé si más sabios o más generosos o simplemente más expectantes. Y propiciabais los encuentros como si fueran nuevos y más intensos y más cargados de deseo que nunca. Te sorprendías de que siguieras obrando como un imán poderoso sobre él. Y te admirabas de que le siguieras percibiendo renovado y extenso en imaginación. Y apostaste. Ahí el error. Tu afán posesivo le exigía determinaciones que él no estaba dispuesto a tomar. Y fuiste toda rabia y desconcierto y caíste. Caíste en su presencia y él enmudeció. Caíste ahora que te sientes perdida en la apuesta indeseada de tu soledad. Intuyes que no será la caída definitiva. Acaso sólo la penúltima.
(Cuadro de Paula Rego)
Impresionante esta pintora portuguesa. Creo que en el Museo Reina Sofía de Madrid hay una exposición sobre su obra. Merecerá la pena verla. Este cuadro es fantástico y muy suegerente.
ResponderEliminarA mi me han sorprendido y desbordado esta manera de pintar de Paula Rego, d ela que no conocía nada. NO sé por qué me recuerda algo a Lucien Freud, pero tiene un pathos especial, algo así como una mala leche profunda, y cada cuadro parece una especie de ajuste de cuentas con sus fantasmas, su pasado o sus insatisfacciones. Sí, habría que verlo en directo. Gracias, Zeleste, buenas noches.
ResponderEliminarAh, creo que la misma pintora tiene como icono al gran maestro Gutiérrez Solana, y es verdad, muchos de sus cuadros tienen una conexión con el pintor español sorprendente.
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