"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 1 de septiembre de 2007

Testigo impalpable


Aún los hay. Y más de los que creemos. Anclados en muros de piedra vieja o en paredes de ladrillo, mueren y resucitan cada día. Son fieles y no obstante se comportan como hijos pródigo. Son constantes pero también invisibles. Son próximos pero se ahuyentan cada jornada ante las voces mermadas y las miradas apagadas de los vecinos. Se saben ignorados pero presumen de su raigambre. No desconocen el olvido de que son objeto, y cuando los descubres te observan con petulancia. No se adornan con filigranas ni se reproducen en mecanismos y engranajes ni giran como autómatas, pero alardean de exactitud. No señalan ya las pautas de los quehaceres, mas aceptan de buen grado un gesto de complicidad por parte del viandante extraviado. No se preñan de cuerda ni de baterías recargables ni de átomos atrapados en minúsculas sustancias, y sin embargo se aferran a sus orígenes. Hierve en ellos todavía un hálito prometeico que les torna sacros. Tienen un alma clara y sólo se tratan de tú con el sol. Por eso se sienten intermediarios entre los dioses y los vulgares humanos que pasan a sus pies a cada instante, anodinos y desbordados nerviosamente por sus ocupaciones. Preservan una lejana, sabia y humilde laicidad con la que no han podido las contrafuerzas de la Historia. Son hijos de la física pura y pactan avances y retrocesos sin que los de abajo lo capten. Bailan un compás renovado con los números arábigos, al son de un metrónomo caprichoso pero metódico. Huelen a cereal y a acarreos de bestias y jornaleros. Por sus borrados contornos se derramó con malditismo sangre inocente. Hoy rezuman cierto tedio, tratando inútilmente de conjurar la vieja tensión latente entre memoria y olvido. Mi abuelo, el tratante de ganado, se recogió mil veces con lentitud y flema, ¿o fueron muchas más?, cuando el mapa de cada jornada era borrado por la opacidad de las horas. Reconfortantes sorpresas de los caminos. En nombre de los pobladores desaparecidos, reivindico la memoria de estos relojes lúcidos. En contraprestación a la ignorancia con que se los agravia, rindo tributo. Enternecedores testigos impalpables. Me pesa con densidad el sentimiento.

4 comentarios:

  1. Son los relojes que más soporto porque también, esta vez ellos, están a expensas de que sea otro quien marque su tiempo, el sol. No hay manillas que valgan.
    Eso de lúcidos Fackel, lo dices por la luz que les debe dar cuerda?;-)
    Aún así, solo habría que esperar la noche y entonces…parar el tiempo

    Lo cierto es que son preciosos.

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  2. Eh, Daniela. Lúcidos por contraposición a la locura de los relojes de muñeca, de ordenador o de telediarios...por ejemplo. Me temo, no obstante, que no pararon el tiempo nunca (el Sol es una parte del tiempo a nuestros ojos; a ojos del sistema solar y de los planetas, IMPENSABLE. El tiempo no existe fuera de nuestra limitada Tierra, dicen) Pero dejemos a los relojes solares como acompañantes metafóricos, y estéticamente fantásticos. Me alegro que compartas este gusto que además tiene el encanto añadido de encontrarlos por caminos y calles de manera casual. Entonces, el corazón me brinca y lo dejo todo, todo, por quedarme absorto. Cosas de la fantasía.

    Buena nocturnidad sin horas...

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  3. Muy interesante. ¿Quedan clepsidras, relojes de agua, relojes para la noche, en algún sitio?

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  4. Gracias, Jesús. Uf, tu pregunta me obliga -por curiosidad que me transmites- a indagarlo, pero no tengo mucha idea al respecto. He hallado al menos una página:

    www.bernisol.com

    que parece que quien la hace está enterado, al menos, de los relojes solares.

    Para mi, el tema de los relojes de sol reside en la sorpresa. No los busco -no me obsesionan los mecanismos del resunto control del tiempo- pero me encanta toparme con ellos. Hay azar y arqueología en ello, pero siguen siendo testigos vivos, aunque funcionen a su manera y para las necesidades obsesivas de los humanos urbanitas de hoy, que son tanto los de ciudades como los de aldeas, no sirvan mucho. Y cuando me encuentro alguno, pues ya ves qué cosa, hasta me hacen soñar. Y algunos son verdaderas obras escultóricas, aunque tengo debilidad por los sencillos y elementales.

    Buena noche, sin medirla demasiado, ¿eh?

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