El crepúsculo debería aclarar los paisajes. Pero los opaca. Va dando la espalda al territorio, una traición tal vez. Los reflejos no son sino emulaciones de los propios reflejos. Dura más el día cuando se contempla en una cristalera. Dura más la vida cuando apenas se advierte el recorrido de perfiles en un espejo. Hay un trasiego de silencios y de olvidos a la hora tibia del atardecer. Cuando callan los pensamientos, ya descuidadas las palabras. Es entonces cuando la mirada se esfuerza en escudriñar un horizonte que desaparece. Se nos ha pasado el día inadvertidamente. Se nos ha caído el tiempo de las manos. Miles de hojas de calendarios baldíos se esparcen tras nuestras renuncias. Y ahora, en esta anochecida melancólica, pretendemos llenarnos de paisaje. Y ahora, en este juego de luces ficticias, queremos una iluminación. Paradojas. Sólo queda una vista muerta.
(La fotografía es de Mona Kuhn)
(La fotografía es de Mona Kuhn)
Fackel creo que no es una vista muerta, sino apagada, que prepara al sueño. Ver demasiado nítido también perjudica, pues no entornas los ojos para fijar los volúmenes.
ResponderEliminarUn saludo
La noche no se define precisamente por la nitidez, aunque a veces sí por la clarividencia. Son dos tipos de visiones. Aquella más pragmática, ésta más intuitiva. No siempre es importante comprobar la dimensión de los volúmenes; a veces basta con detectar su propia existencia. Y la noche, para esto, suele ser una diana.
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