"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





lunes, 30 de julio de 2007

Al amanecer



Puede que a veces convenga. Que las cosas sean como aparentan, más que como deben ser. Al fin y al cabo dedicamos más tiempo que nada a organizar toda la trama en torno a representar la simulación. Pero ésta no tiene por qué ser un engaño. Acaso se trata solamente de un límite, de nuestros límites. Las capacidades no siempre laboran tras el corazón auténtico de las cosas. Entre otros motivos porque no sabemos llegar a ellas. O porque no existen, a pesar de que nos empeñemos en razonarlas. O porque su esencia es volcánica, y el calor tanto nos atrae como nos repele. Con frecuencia me sorprende de qué manera los objetos se mecen unos a otros. Como si fueran sujetos animados. Como si constituyeran vidas. Y en cierto modo lo son. Se encuentran, se aproximan, se estructuran, plasman una imagen que puede ser o no ser una pipa (Magritte) Pero que forman su carta de naturaleza dispuestas a romper aguas. Por qué no va a estar la vida tras un montaje. Vital para los humanos el artificio. Vital y reproductor. Todo se nos agota. Nuestros gestos faciales se quedan cortos, nuestras lágrimas cristalizan toscamente, nuestras sonrisas se llena de telarañas, nuestras miradas se abstraen hasta cerrar los párpados y nuestras voces remiten a su origen, el silencio. ¿Qué nos queda? Inventar, fingir, empeñarnos en vidas paralelas, dotar de expresión a los objetos, proporcionarlos el don de la sustitución. Desde muy antiguo, tanto el arte como la religión se han empeñado en convertirse en herramienta. En objetivar nuestra escasez. Por distintos y opuestos caminos. Con diferentes significados. Con distintas consecuencias. El arte ha proyectado el alma humana. La religión la ha castrado. La crisis de la humanidad es una contradicción. Frente al desafío de la superabundancia, la revelación de la crisis de escasez temporal. Y los individuos de por medio. Sin saberse ya si son o no una pipa (Magritte) cuando se ven reflejados en sus imitaciones, en sus desdoblamientos, en sus caracterizaciones compensatorias. El valor de lo aparente tal vez se impone sobre un valor de lo real cada vez más recóndito. O puede que sólo apartado, desaconsejado. Cuando contemplo esta imagen, me lacera un acceso de ternura. ¿Qué mano acogerá al amanecer la muñeca rota?

(Composición fotográfica de Ruth Berhard)

2 comentarios:

  1. BUenas y cálidas tardes, Fackel. Es verdad que el dominio del mundo de la apariencia es extenso y grava sobre lo cotidiano. Tanto que esto es frecuentemente exhibición más que relación. Encarar las realidades siempre es difícil y cuesta lo suyo. No nos gusta que nos vean en nuestras debilidades ni insuficiencias. Igual es por eso por lo que hay tanto montaje y tanto encubrimiento. Tanto que suscita todo un modo de vida y un mundo de comercio. Aunque creo que viene de lejos, pero ahora todo está tan socializado, ¿no? Un abrazo, F.

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  2. Por ahí iba, Fernando, por ahí. Gracias y saludos.

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