Leer una de esas cosas que parecen alejadas. Acercarse a uno de esos autores de los que se conoce poco. Vivir una de esas historias que pertenecen a un mundo que no existe y que algunos incluso dudan si existió. El autor, Evgueni Evthushenko, viene desde 1933. O tal vez desde 1917, según se mire. El relato Autobiografía precoz podría haberse titulado Libro de los Descubrimientos. A veces los descubrimiento son precoces, aun cuando sean tardíos. Todo es muy individual, depende de lo que cueste ver el paisaje. En las décadas de los 30 y 40 del siglo pasado, en el País de los Soviets todo se revelaba muy pronto para cada ciudadano, ¿o no era así? Depende de lo que se entienda por revelación: o impronta de la autoridad que había que acatar o chispa producida por la búsqueda personal contracorriente. Entonces se partía de tantas certezas oficiales, socialmente admitidas, que no era fácil descubrir trayectos. Pero ya se sabe, la realidad existe siempre más allá de lo consignado. Había que andar para comprobar si lo verdadero real era lo que se anunciaba. El autor golpeó los pedernales de la vida e hizo saltar chispas en ésta. Ese roce de energía fue el origen de sus revelaciones personales.
Evthushenko escribió esta autobiografía para el semanario L’Express en 1963, y tal vez dirigía con ello un mensaje a Occidente y en especial a las nuevas generaciones. ¿Por qué digo que el libro podría haberse titulado de los descubrimientos? Porque en este breve repaso de treinta años de su vida viaja tanto al interior de su mundo y del mundo ruso como Marco Polo lo hiciera al continente exterior. En no demasiadas páginas constata: el descubrimiento de la revolución, el descubrimiento del sufrimiento, el de la poesía...”La lengua es como la nieve: en la ciudad siempre está cubierta por el polvo y el hollín de las fábrica. Sólo en los campos y en los bosques permanece totalmente blanca. Las canciones que coleccioné tienen el aroma de la taiga. Sin darme cuenta de ello, comenzaba a escribir versos del género folklórico. Quería que ellos tuvieran, también, el olor de la taiga. Ahora se me pregunta con frecuencia quién fue mi maestro poético. Desde luego, fue la taiga”. Descubre la solidaridad de clase espontánea (cuesta creerlo, ¿verdad?) por parte de los desgarrados ciudadanos soviéticos con la tropa del enemigo alemán, y resulta admirable y sobrecogedora la anécdota. El poeta halla el poder de la fuerza, el de la lucha por la vida, el valor de la rebeldía y del trabajo.
Y cómo no va a encontrar la ternura...”Una vez, descubrí con espanto que tenía piojos. Mis ropas estaban cubiertas por esos parásitos repugnantes. Tan desesperado estaba que no sabía qué hacer. Me interné muy lejos en la estepa hasta encontrar una antigua cantera abandonada. Allí me desvestí completamente y comencé a espulgar mis vestiduras. Desnudo, solo, temblando de asco y de frío, me aborrecía a mi mismo...Repentinamente vi alargarse una sombra delante de mi. Levanté la cabeza y advertí al borde de la cantera a una joven campesina de pies desnudos, que me miraba. Me adosé a la pared de tierra, con el deseo de que me tragara. Me cubrí el rostro con las manos y me puse a llorar avergonzado...Me miró tiernamente con sus ojos azules, tan azules que brillaban bajo sus largas pestañas negras, y me dijo: ¿Por qué lloras, tontito? Ven conmigo. Me vestí, no sé cómo, y la seguí, con la cabeza baja. La campesina me preparó un baño, me lavó como a un niño y me metió en la cama...Acostado, seguía estremecido por los sollozos...¿Por qué no te calmas, tontito? No tengas tanto miedo de la gente. La gente te ayudará siempre que estés en apuros –me dijo acariciándome la cabeza. Traté de librarme y, a pesar mío, me puse a llorar otra vez...Con su intuición femenina, la muchacha adivinó mis sentimientos. -¿Qué es lo que tienes metido en la cabeza? ¿Que eres desagradable? Pero no eres en absoluto desagradable. Levantó el cobertor y se deslizó cerca de mí; contra el mío, su cuerpo vigoroso guardaba un perfume de madera cortada y de jabón.”
Evthushenko escribió esta autobiografía para el semanario L’Express en 1963, y tal vez dirigía con ello un mensaje a Occidente y en especial a las nuevas generaciones. ¿Por qué digo que el libro podría haberse titulado de los descubrimientos? Porque en este breve repaso de treinta años de su vida viaja tanto al interior de su mundo y del mundo ruso como Marco Polo lo hiciera al continente exterior. En no demasiadas páginas constata: el descubrimiento de la revolución, el descubrimiento del sufrimiento, el de la poesía...”La lengua es como la nieve: en la ciudad siempre está cubierta por el polvo y el hollín de las fábrica. Sólo en los campos y en los bosques permanece totalmente blanca. Las canciones que coleccioné tienen el aroma de la taiga. Sin darme cuenta de ello, comenzaba a escribir versos del género folklórico. Quería que ellos tuvieran, también, el olor de la taiga. Ahora se me pregunta con frecuencia quién fue mi maestro poético. Desde luego, fue la taiga”. Descubre la solidaridad de clase espontánea (cuesta creerlo, ¿verdad?) por parte de los desgarrados ciudadanos soviéticos con la tropa del enemigo alemán, y resulta admirable y sobrecogedora la anécdota. El poeta halla el poder de la fuerza, el de la lucha por la vida, el valor de la rebeldía y del trabajo.
Y cómo no va a encontrar la ternura...”Una vez, descubrí con espanto que tenía piojos. Mis ropas estaban cubiertas por esos parásitos repugnantes. Tan desesperado estaba que no sabía qué hacer. Me interné muy lejos en la estepa hasta encontrar una antigua cantera abandonada. Allí me desvestí completamente y comencé a espulgar mis vestiduras. Desnudo, solo, temblando de asco y de frío, me aborrecía a mi mismo...Repentinamente vi alargarse una sombra delante de mi. Levanté la cabeza y advertí al borde de la cantera a una joven campesina de pies desnudos, que me miraba. Me adosé a la pared de tierra, con el deseo de que me tragara. Me cubrí el rostro con las manos y me puse a llorar avergonzado...Me miró tiernamente con sus ojos azules, tan azules que brillaban bajo sus largas pestañas negras, y me dijo: ¿Por qué lloras, tontito? Ven conmigo. Me vestí, no sé cómo, y la seguí, con la cabeza baja. La campesina me preparó un baño, me lavó como a un niño y me metió en la cama...Acostado, seguía estremecido por los sollozos...¿Por qué no te calmas, tontito? No tengas tanto miedo de la gente. La gente te ayudará siempre que estés en apuros –me dijo acariciándome la cabeza. Traté de librarme y, a pesar mío, me puse a llorar otra vez...Con su intuición femenina, la muchacha adivinó mis sentimientos. -¿Qué es lo que tienes metido en la cabeza? ¿Que eres desagradable? Pero no eres en absoluto desagradable. Levantó el cobertor y se deslizó cerca de mí; contra el mío, su cuerpo vigoroso guardaba un perfume de madera cortada y de jabón.”
Persigue sus descubrimientos del internacionalismo, la aparición del demonio encarnado en otros hombres donde muestra una historia de un hombre retorcido, caso que no es infrecuente encontrarse en la vida. Repasa el hallazgo de la carrera literaria, la lectura devoradora de los autores occidentales, el sentido de la poesía, tal vez hoy cuestionado pero entonces tan sacramente revelador. “Repentinamente, un joven vino a hojear varias compilaciones de poesía y tomó mi libro. Me helé en una espera ilusionada. Pero el joven, tras haber echado un vistazo sobre algunas páginas, volvió a poner el libro en su lugar...-No es lo que busco, dijo a la vendedora. Tengo una amiga, una muchacha encantadora, que ha perdido la confianza en la vida. Quisiera hallar alguna cosa que le ayudara a encontrarse, pero...todos esos poemas ¿qué son?: sólo palabras que nada tienen que ver con la vida.”
También descubre el verdadero rostro de Stalin y el de la bestialidad de la masa...”Sentí que esa masa ciega (en el entierro de Stalin) me llevaba como a un pedazo de madera zozobrante, impotente, sobre el agua. Me llevaba derecho hacia un poste de alumbrado. Tuve la impresión de que esa cosa metálica marchaba implacablemente hacia mi. De pronto, una niñita apresada contra el poste gritó de horror. No oí su grito en medio de las lamentaciones y de los suspiros, pero vi en su rostro como una imagen inolvidable del Apocalipsis. Sentí en mi cuerpo el quebrantamiento de sus huesos frágiles y, horrorizado, cerré los ojos para no ver la mirada azul de esta niña agonizante.” Todo un consumatum est del culto a la personalidad totalitaria que no sólo aborrega sino vuelve ciega, abyecta y renunciante a la masa. Y en ese arco de descubrimientos habría que incluir la deificación del trabajo bajo el que se justificaba todo el montaje estatalizador, el del riesgo de la poesía y su premiada fidelidad. En su joven recorrido vital, Evgueni Evtushenko comprende el carácter y la tradición combatiente del poeta en Rusia, vinculada secularmente, según él, a su compromiso político.
Escuchar experiencias y conclusiones de juventud de un poeta, escritas hace más de cuarenta años. Sorprenderse con la complejidad de que no hay dos lugares del mundo iguales, aunque las coincidencias salpiquen las culturas, y que algunos rincones son mucho más difíciles y hoscos que otros. ¿Admitirá todavía hoy el poeta su propia autobiografía? ¿O le parecerá ahora excesivamente precoz? ¿Garantiza la partida temprana la potencia que exige una carrera de fondo? Cuando el poeta ruso escribió este libro aún faltaba una treintena larga de años para que el dogmatismo y todo su complejo se viniera abajo. ¿Qué pensará él ahora de los vericuetos por los que se desliza apresurada y salvajemente su país adorado? Piense lo que piense Evtushenko sobre la vía rusa de estos momentos irredentos más que redentores hacia el libre, competitivo y bestial mercado, lo cierto es que Autobiografía precoz está poseída de una tajante sinceridad, una sencillez cálida y una voluntad generosa por superar los malos tiempos. Porque como él decía, el principal educador del hombre es la experiencia de su vida.
(La fotografía de las jóvenes rusas es de Henri Cartier-Bresson. En verde, Evtushenko)
(La fotografía de las jóvenes rusas es de Henri Cartier-Bresson. En verde, Evtushenko)
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