"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 27 de abril de 2007

Mirarse o no





(Variaciones X)

Mirarse o no mirarse, he ahí el problema, la curiosidad o la indecisión. La escapada le ha convertido en esa especie de hombre articulado sobre el que los aprendices compulsan las medidas de los cuerpos. Para el hombre el distanciamiento es el canon. Se ha cotejado a sí mismo, se ha aproximado a su memoria, ha tanteado sus deseos, ha barajado posibilidades, ha sopesado riesgos. Eso cree él. Pero el realismo siempre es algo que sólo se comprueba tras haber tenido lugar el acontecimiento. Los humanos se debaten entre soñadores y acatadores. Soñar es rebeldía, pero proporciona conflictos y dificultades. El pragmatismo no es necesariamente conocimiento, sino sólo adecuación, resistencia débil y a la postre claudicación. Se han encendido en los últimos tiempos tantas luces de alarma en su vida que se encuentra aturdido. Más, se diría que no sabe bien en qué dirección encaminarse. Por otra parte, ¿es nueva esta situación? El hombre ha abierto siempre tantos frentes sin cerrar ninguno que podría parecer que se siente casi cómodo en la actitud. No sabe si persistir en sus planes profesionales en vigor o si probar actitudes en nuevos conocimientos o si recuperar antiguas inquietudes cívicas o si cambiar de hábitat o si consolidar una nueva relación afectiva, ahora que ha conocido a la mujer joven. Se muestra disperso y cercado. Pero, ¿por qué habría de cambiar? ¿Sólamente por la percepción de cierto cansancio y considerable hastío? Sería razón suficiente. ¿O acaso porque lo que le pide su alma profunda es esa mutación continua, ese gusto por la experimentación diferente, esa arraigada patología de la huída hacia adelante? Hasta ahora él ha llamado a esas inclinaciones búsqueda. Demasiado resumido, excesivamente ambiguo quizás. Hoy la mera distracción no le basta. Debe ratificarse en nuevos pasos. Le espanta la idea de envejecer en los propios círculos que se van cerrando como anillos pesados sobre su cuerpo y sus mermadas aspiraciones. Otros desearían la quietud y la conformación que se le brinda. Él debe ser un desagradecido que no demuestra satisfacción con la oferta de la vida. Mientras ha estado estos días apartado en el campo ha vivido lo inhabitual. Y se ha encontrado asentado, apacible. Es fácil vivir lo que no sucede todos los días, lo que no obliga ni ajusta tiempos ni responde a complacencias. Tal vez por esa razón la gente se urge en escapar de las ciudades en cuanto llega ese mito de nuestra época denominado fin de semana. ¿Será que los individuos no soportan lo cotidiano? Entonces, ¿cuál es la ficción: la semana laboral o la huída? Pero hay más. Cuando se dice semana de trabajo se habla de una constelación de asentimientos, silencios, desposesiones, consumos y exigencias, en la cual el ámbito laboral no es lo exclusivo. Ni la empresa superior es siempre la concentración en una labor realizada a cambio de un estipendio. Pesan tanto o más las relaciones con el entorno, con la familia, con la competitividad, con los propios placeres, con las manías y los enviciamientos adquiridos. Según retorna va elaborando para sí mismo este discurso que le parece una gran malla a punto de caer de nuevo sobre él y de atraparle. Se deja llevar por ese cuerpo de pensamientos recurrentes y de esbozos razonados mientras contempla el paisaje virtual a través de la ventanilla del expreso de alta velocidad. Según se acerca el tren a la ciudad va cambiando la escenografía del exterior y se va alterando su vista íntima. Se asombra de no haber llamado ni un solo día a la mujer urbana, a la que no ha olvidado, pero cuyo recuerdo no ha querido activar. Él ha pretendido hallarse más centrado en su soledad. Saca del bolsillo de su chaqueta un komboloi que ella le ha dado el último día, uno de esos fetiches que la mujer apreciaba y que había traído de uno de sus viajes a las islas griegas. Juega con él, separa sus cuentas y lo entrelaza entre sus dedos. Aspira su aroma. La vieja madera perfumada tiene mucho también de la fragancia de ella.


(Composición fotográfica de Ivan Cap)

4 comentarios:

  1. No se puede elegir mirarse o no cuando uno lleva dentro un espejo. Quizá sería mejor dejar que los reflejos brillen caprichosos, pues sino habría que enfrentarse a él . Y e resultado puede ser engañoso, o no. Buen día, todavía con luz.

    ResponderEliminar
  2. O tal vez los espejos se miran en sus propios reflejos. Me fascinó siempre la multiplicación de imágenes hasta el infinito cuando un espejo se contempla en otro espejo. ¿Riesgo? Que la imagen es la misma. Los espejos, ¿generan alguna vez imágenes diferentes? Tal vez pretendemos demasiado de un espejo, cuando lo único que nos puede aportar son percepciones. Y acaso no es poco. Creo que las visiones las llevamos incorporadas. Buenas noches y gracias, Olvido.

    ResponderEliminar
  3. Amigo Fackel, no será que lo que estás pidiendo es mirarte en otro espejo?

    ResponderEliminar