"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 28 de abril de 2007

El aguijón


(Variaciones XI)


Al despertar, su cuerpo era un perfil brillante. Le costaba al día alejarse de sus tinieblas. La luz de las farolas rasgaba la habitación y su silencio. Al estirarse, la mujer alivió la pereza. También la hondura de sus pesadillas. Pensó en quedarse aún echada, deletreando la caligrafía de sombras y rayas que la persiana proyectaba sobre el techo, contra la pared. Demasiado lineal, excesivamente rígida y desazonadora. Le conduciría a textos oscuros y anteriores que ya conocía y que rechazaba amargamente. Le trasladaría incluso a la niñez. Recuerda un tipo de sueño indescifrable que causaba entonces estragos sobre su descanso. Tenía lugar siempre la víspera de algún largo viaje a hora temprana con sus padres o sus hermanos. No se trataba de un relato, ni siquiera de un sueño funcional y estereotipado donde se precipitaran personas o paisajes o situaciones que pueden resultar estrambóticas, pero siempre reconocibles y figurativas. Su pesadilla adquiría formas geométricas desajustadas y sensaciones táctiles. No era una alucinación benévola, sino más bien una sucesión de posesiones impersonales y agobiantes que le producían congoja, espanto y desataban sus gritos y concluían en amargos lloros. En este punto, su padre se levantaba alarmado y se dirigía a ella con firmeza y agitaba su cuerpo hasta despejarla. Luego le hablaba con dulzura, ya pasó, le decía, no temas y vuelve a dormirte, le decía. Nunca supo el cómo y el por qué de aquellos extraños delirios opresivos y casi febriles. Nunca pudo contar a nadie ni representar ante un papel o un diván algo semejante, ni sabría explicarse ni sería entendida. Tal vez estuviera la causa en la tensión producida por el viaje previsto, pero ya había tenido otras diversas y peculiares tensiones y jamás había reaccionado de esa manera. ¿O había algo más? ¿La sensación de alejamiento y ruptura que trasmite un viaje y que en el universo de un niño resulta simbólico y hasta cierto punto desgarrador? ¿Era aquella agitación una manifestación de sus neuronas, simplemente, o una afinación radical de las expectativas ante la partida? Desde entonces tuvo claro que los sueños no siempre se manifiestan con formas previsibles, por más que ya es sabido que son espejo del caos y del descontrol de la conciencia. Para ella aquellos trastornos oníricos eran algo semejante a la inducción mental de ciertos artistas, capaces de concebir su visión de la realidad con formas abstractas, con colores desmesurados, con identificaciones dinámicas discordantes con los objetos reales. Recuerda aquellas pesadillas con distanciamiento y aun con severa precaución. Esta mañana prefiere encender la luz de la mesilla, beber unos sorbos de agua, echar mano de un libro de apariencia ligera que su amigo le ha prestado el otro día, antes de desaparecer. Leo. Es como una enfermedad. Leo todo lo que me cae en las manos, bajo los ojos: diarios, libros escolares, carteles, pedazos de papel encontrados por la calle, recetas de cocina, libros infantiles. Cualquier cosa impresa. Tengo cuatro años. La guerra acaba de empezar. Le sorprende el comienzo y a su manera halla similitudes de intención y de práctica con su propio pasado, a excepción de la guerra y sus consecuencias, naturalmente. Habla en el libro una mujer húngara desarraigada, sobre todo de su propia lengua. Y ella se deja cautivar por esa memoria que adquiere forma elemental y sencilla. Una mujer que ya inventaba cuentos y representaciones desde su infancia, aunque sólo ya de mayor elaborase una literatura con considerable cuerpo y desbordante originalidad. Si le ha admirado el comienzo del relato, no deja de descubrirse ante otro párrafo complementario. En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros. Leer, escribir, algo más que soñar. ¿O tal vez una reconducción de los sueños? ¿O puede que una ejercitación alternativa que renueve los maltrechos músculos del alma? Aunque el día ya ha despuntado y se muestra lluvioso y melancólico, ella se ha alzado optimista. Presiente que en cualquier momento va a tener noticias de su hombre pródigo. De cualquier manera, a través de la narración que él puso en sus manos ya se intuye reencontrada de alguna forma con él. Pero eso, a ella, no le preocupa demasiado en ese momento. Se siente aguijoneada por otro despertar.

(Fotografía del alemán Bernd Voitl)


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