"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 8 de abril de 2007

Fragilidad


(Variaciones III)


Escuchas las Variaciones ejecutadas por el mago del Steinway. Él te ha regalado el disco porque quiere hacerte llegar otra cosa. Algo más. Transmitirte no tanto una parte de sus gustos o de las bellezas que él admira sino también y sobre todo porque al hacerlo deposita algo de sí mismo en tus manos. ¿O creías que encontrarte con el hombre consistía solamente en dejarte llevar por las sensaciones de su cuerpo? Deberías darte cuenta. Él no entrega exclusivamente su presencia, sus caricias, su calidez, el sonido de sus palabras tenues pero sólidas, su excitación controlada, su desatarse lento y enervado. Él te está trasladando toda su vida, no por los recuerdos que pueda relatarte o por los deleites que muestre al narrarlos, sino por la absorción que de todas sus experiencias ha ido efectuando y ahora cataliza en ti. Deberías apreciarlo, aun cuando en tu juventud estés lejos de comprender el detalle que te llega en cada tacto suyo. Te apoyas en el alféizar bajo de la ventana para verle partir. Ahora los recuerdos del hombre te suenan vagos, pero al abrir tus oídos y tu receptividad a las cadencias de Gould tratas de imaginar. Es decir, pones imágenes: la cara de su ex mujer, sus tiempos de la facultad, sus cabellos más nutridos y vivarachos, su estilo de relacionarse, los amigos con los que conspiraba, la poblada barba intensamente rubia, la figura más estilizada, su actividad inagotable. No tienes una base firme en que apoyarte para representar tal como era todo. Sólo confías en tu propia habilidad para dibujar otro tiempo, otras modas, otras actitudes, otras ilusiones. Estás acostumbrada a las grabaciones y a las fotografías. Eres de una generación en que todo te ha sido dado ya hecho. Eso te ayuda en muchas ocasiones. Ahora no. Ahora apenas te sirves de las herramientas para vincularte a un tiempo, esbozarlo difusamente y trasladar a él lo que te ha contado. Te esfuerzas en dotar a la historia de un cuerpo exterior y de una atmósfera. Vas a tener que poner de tu parte, y eso hace más interesante la recreación. Fantasear sobre lo que no se ha conocido tiene su riesgo, está poblado de inexactitudes, pero alienta. La libertad de la desfiguración está también en tu mano. Merece la pena. Es como cuando lees, ¿o creías que los escritores por el hecho de serlo te hablan con mayor aproximación de la realidad y de la justeza de la vida? Los libros hablan de la vida, sí, pero cómo: simulan, inventan, alteran, reproducen anodinamente, cuentan lo que les parece que ha sido como si hubiera acontecido, ofrecen superficies y no siempre sabes lo que hay debajo. Cuando lees puedes acertar o simplemente ratificarte en tus ensoñaciones o permanecer anclada en tus desasosiegos. Leer no necesariamente libera. Sólo si tú quieres liberarte, es decir, que lo que lees te ofrezca otras perspectivas, te aporte claves sugerentes, reproduzcan espirales que te hagan descender por la escala de la curiosidad a dimensiones que intuías pero no te eran mostradas. Lo importante, piensan algunos autores, es intentarlo, pretender desde un ángulo algo diferente a lo que ofrece otro autor, marcar la diferencia. No te fíes. Te lo venderán así. La belleza de la lectura no reside en la competencia ni en los premios ni en el ensalzamiento de la crítica. Todo eso está condicionado, está convenido. ¿Hay algo al final? El goce, simplemente el goce, que puede parecer un objetivo pero es también una comprensión y una transformación. Y ¿se puede categorizar sobre el placer, algo que es tan de cada uno? Tienes que buscar en los libros, vieja frase, oscura afirmación. Como tienes que buscar en la música, como tienes que buscar en los hombres, como tienes que registrar en ti misma. Te pegas, acurrucada, al cristal. Según contemplas sus andares y adviertes su envergadura algo pesada, según compruebas que hay cierta lentitud en su caminar y que ese aire más calmo da una seguridad que no habías notado hasta ahora en otros, te dejas embriagar por un cariño extraño, menos juvenil, menos ligero, pero más exigente y también más perturbador. Nunca hasta ahora te habían gustado los hombres de una edad madura, nunca les habías atendido, jamás se te hubiera ocurrido prestarles importancia cuando lanzaban insinuaciones o miradas o propuestas encubiertas. Con los hombres jóvenes jugaste siempre con ventaja, las mujeres jugáis siempre con ventaja, y era fácil aprovecharse de ellos, malearles, conducirles al territorio que vosotras deseabais. Luego, a medio plazo, os insatisfacían, y teníais una vana sensación de extravío, de descontento. Ahora te sorprendes. Le conociste a él entre dudas y sospechas. O porque querías emerger de otra manera sobre ti misma. Piensas todas estas cosas cuando le estás viendo alejarse hacia sus quehaceres. Le invocas calladamente, te das la vuelta, te sientas en la tarima amable. Cierras los ojos y ves alzarse las manos de Glenn Gould sobre el teclado, cómo vuela con ellas, cómo las deja caer con apariencia de fragilidad, pero con efecto contundente. Tal como tú misma te sientes ahora mismo.

1 comentario:

  1. Cierto Fackel hay veces que leer no libera, sino que inquieta. Dices buscar en la música, en la lectura. Buscar sentir y disfrutar, así debería ser.
    Sabes Fackel (supongo que sí) acaban de editar “Vida y arte de Glenn Gould” y tiene una pinta estupenda, con fotos entrañables
    Buenas noches

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