Te deslizas como una gota mansa, caes leve y lentamente a lo largo de la vertical, has puesto en el tocadiscos una versión endiablada de la fuga de Bach, quieres estremecerte y notar cómo tu cuerpo se conmociona entre el oleaje de los arpegios, no deseas hundirte en la noche sin sentir que levitas, pero Bach es depredador, te va a alzar y a derribar tantas veces como él quiera, tal vez es lo que tú pretendes, callas y te recoges trazando un arbotante que hace descansar tu fuerza, te estilizas como un arco ojival, tus pies se hunden en antiguas raíces, tus brazos se enredan entre el ramaje de los árboles, te descubres en la imagen oferente, exhibes una serenidad que desconocías, eres la última vestal de un templo que se mantiene en pie de calma, te desposees, entras en el remolino, te dejas engullir por la turbulencia barroca, adviertes que un bucle se ciñe de punta a punta de tu cuerpo y que te contorsiona, la acometida te hace crecer y te vuelve diminuta, extrae tu sangre y te despedaza, luego te adormece, en tu evasión no reparas en que te vas desprendiendo de los espacios, ni en que has trasgredido los límites de tus propios contornos, la lucidez te va abandonando, te desprovees, poco a poco vas formando parte de la espiral que cerca tu blanco hábitat, te sumas a las notas, te combinas en ellas, modificas la partitura, la fuga se atempera, metamorfosis.
(La fotografía es de Ron Lutz)
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