
La vida de las sociedades -otros dirán pueblos, naciones o incluso tribus- está repleta de acontecimientos. Es lógico. Nada más lejos de suponer que el ámbito plural en el que vivimos es algo fijo, rígido o seguro. Los acontecimientos en este sentido nunca son por lo tanto nada indiscutible. Se mueven, se agitan, evolucionan, se retrotraen, explotan. Y tienen tal dimensión polifacética que no puedes permanecer al margen de ellos y no sentirte atraído o repelido por ellos. No es de ahora. Pero lo que caracteriza a nuestros tiempos es la abundancia y la vertiginosidad. De qué manera se producen situaciones cambiantes y a qué ritmo trepidante. Ejemplo característico es cómo la noticia periodística se ve desbordada no sólo en una línea cuantitativa -por la sucesión desmesurada de hechos- sino en la propia naturaleza de valor de los acontecimientos, no siempre captada con sabiduría y perspicacia por los profesionales de la información o de la política. Y el enredo. Hay momentos en que cunde una sensación de extravío -concepto diferente al de pérdida- en la telaraña (recordando al poeta: España fina tela de araña, braña y pipirigaña, etc.) de las complejas relaciones sociales, o al menos en alguno de sus ángulos. La bronca política en el que vive este país nuestro -no fácil de resolver culpando a tirios y troyanos por las buenas- se complica cuando la muerte por mano de los irredentos y crueles salvadores de patrias perdidas hace acto de presencia. Y se vuelve maloliente cuando la actitud de las fuerzas políticas oscila entre la infamia más descarada de los tradicionales herederos de su concepto de España y la limitación e insuficiencia de otros sectores, entre los que se hallan los propios gobernantes legítimos. Uno no sabe si temer más a los violentos de hoy -al fin y al cabo una minoría- o a esos procaces demagogos que sólamente han incendiado con palabras vanas y un sentido vengativo y revanchista su labor de oposición durante estos dos años y medio últimos. Uno no quisiera creer en que la historia se repite -¿será verdad que las aguas del río heraclitiano nunca pasan dos veces?-, pero a veces se tiene la sensación de que las sombras del pasado pesan más que la luz y que ese pasado terrible de la piel de toro tiene una larga mano de incomprensión, desentendimiento e intolerancia que estaría siempre presta a agitarse. No, uno no quiere creer eso. En definitiva, que si la bronca política se traslada a la confrontación social abierta, las razones no habrá que buscarlas sólo en la violencia de los irredentos sino sobre todo en la actitud negativa e insolidaria de los herederos del antiguo régimen que ni quieren ni saben modernizarse conforme a las leyes naturales de una democracia.

A veces es necesario y forzoso
que un hombre muera por un pueblo,
pero nunca ha de morir todo un pueblo
por un hombre solo:
recuerda siempre esto, Sepharad.
Haz que sean seguros los puentes del diálogo
e intenta comprender y amar
las razones y las hablas diversas de sus hijos.
Que poco a poco caiga la lluvia en los sembrados
y el aire pase como una mano tendida,
suave y muy benigna sobre los anchos campos.
Que viva Sepharad eternamente
en el orden y en la paz, en el trabajo,
en la difícil y merecida
libertad.
Creo que la metáfora es suficiente limpia y clara.
Tampoco conviene desasosegarse demasiado, amigo Fackel. La confusión, el lío, la sensación de extravío, el desbordamiento o el control insuficiente de las situaciones se dan todos los días y en todos los casos. Es parte del funcionamiento y de la dinámica de las sociedades, reflejo a su vez de la propia naturaleza. Y no conviene porque a veces da lugar a que los efectos secundarios se conviertan en centrales, o dicho de otro modo, que ciertos árboles puedan ocultar la dimensión del bosque y los pasillos por donde transitar. Lo que sí que comparto contigo es el grado de maldad, digamos, y desafección que se da entre algún sector político (otra cosa es saber si todos los sectores ponen el suficiente esfuerzo y claridad mental y solidaria para afronatr y resolver las cuestiones de convivencia) que creyendo que poniéndose obtuso y tozudo, con tal de minar al contendiente, está relegando las ideas a segundo plano. ¿O es que acaso son ideas son tan limitadas que no da más de sí y busca la trifulca de patio de vecindad? En fin que mejor tomárselo con calma, porque como decía Sánchez Ferlosio, vendrán tiempos más duros que nos volverán más ciegos, o algo así.
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