domingo, 3 de diciembre de 2006
Cuanto puedas
Has transitado el día. Tus quehaceres han sido menos densos. Los has asumido más cercanos, más libres, menos obligados. Tu cabeza ha estado al menos sobre tus hombros. Erguida. Pero también dentro de tu corazón. Entregada. Has efectuado tareas domésticas, has leído, has escuchado a Chopin por mano de Maria-Joao Pires y a Boccherini y a Caldara, todos tan diferentes; has pisado el asfalto húmedo, has respirado la frialdad del anochecer. Le has visitado. Le has dedicado un rato, mientras miras cómo se va yendo lenta y serenamente. Habéis estado tranquilos, como pocas veces lo habéis estado en vuestra vida. Has acariciado sus orejas de papel de fumar y le has tomado de la mano. Esas manos huesudas, arrugadas, lacias, sin vigor. Siempre témpanos. Se las has tenido apretadas. Como si quisieras transmitirle un calor del que él se encuentra ya desposeído. Le has hablado, pero él está empezando a no escuchar. Ha hablado, pero le entiendes con dificultad. Le has escuchado decir estoy cansado de esto y se ha quedado mirando fijamente la pantalla del televisor. Y luego: esto se tiene que terminar le has vuelto a oir de pronto, sin venir a cuento, o viniendo a todo el cuento. Un epílogo, tal vez.
Mañana será otra cosa. Mañana deberás dejar de ser, suponiendo que hoy hayas sido, y te pondrás a la venta, un día más. El mercado de trabajo te reclamará: productor y producto. Nuevamente: ser y no ser, la moneda al aire. Da igual, caiga por la cara que caiga siempre es la misma cara. Te desdoblarás haciendo el paripé. Lucirás tu máscara de los lunes. Te esforzarás y para qué. Siempre el mismo destino bíblico: venderás tu primogenitura por el plato de lentejas. Nunca mejor dicho. Esta noche has estado redescubriendo a Kavafis. Viene bien redescubrir a un poeta. Te redescubres a ti mismo. Te sorprendes, te admiras, te entusiasmas: con tu propio acierto, con la aproximación a la verdad que buscas cada noche...
Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca
en contacto excesivo con el mundo,
con una excesiva frivolidad.
No la envilezcas
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de la estupidez cotidiana,
y al cabo te resulte un huésped inoportuno.
Y en Kavafis has sentido la voz de tu padre. O sólo la experiencia. Y tal vez el prudente temor ante el hastío.
(La pintura es del pintor republicano español Luis Quintanilla, El pez grande se come a los peces chicos)
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