"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 2 de noviembre de 2006

Elogio de la caligrafía



Majestuosamente enquistada como una letra capitular, principia el párrafo y apacigua la espera, alojada en la habitación simétrica y textual, asoma inhiesto el quinqué en un punto del cabecero imantando un norte, blanqueando el catre diminuto donde las sábanas apenas destapadas se tornan cuerpos puros, el significado puede aguardar, ahora es sobre todo la forma desplegándose con trazos afinados y disímiles, la espalda de nieve absorbe la luz de la luna, el arco de un violín silencioso tensa una superficie de cristal, se descubre una extensa resma de holandesa donde escribir las caligrafías más bellas esa noche, la espina dorsal se estira como una cuerda única que trazará las líneas y delimitará los márgenes, límite de la armonía, pausado despliegue de vertientes umbrosas, encuadre de levedad que reparte los volúmenes y apura los espacios, cabalgan desde orientes indefinidos las letras de lejanos alfabetos, indescifrable recitación en la que sólo la piel se impregnará de tintas olorosas, desconocidas raíces segregando tonos y fijando texturas, paciente descenso de las más arcaicas ornamentaciones, tiempo y lenguaje en que los signos han de converger hasta erigir escalonados mandalas de purificación y ritos, volátiles pinceles prestos a dibujar arcanas representaciones donde los alfabetos se despojan, y al final un vocablo intuído plasmará la huella...

(Fotografía del hamburgués Bill Brandt)

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