"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





martes, 31 de octubre de 2006

Entre sus dedos


sus dedos se ensortijaban entre los tallos, secaban la humedad de mi rostro, peinaban la rugosidad del envés, afilaban mis perfiles lanceolados, yo me dejaba arrastrar entre el laberinto de sus tactos, me abandonaba a la tenue y cálida oscilación de sus jugueteos, sentía su recorrido largo y pausado sobre mis membranas, acompasadamente sus manos se abrían y se plegaban orantes, me acunaba la concavidad de sus palmas, luego me estremecí entre la tersura de sus yemas, un trenzamiento me envolvió sin saber muy bien dónde empezaban y dónde acababan las nervaturas de cada cual, me hirió una brisa afinada, me perdí, todo fue tan quedo, una presencia rescatada, un tiempo inmóvil, una ausencia tan grata de posesiones, después ella me acostó entre las páginas de uno de sus libros favoritos, allí desvanecí...

(Fotografía del checo Taras Kuscynskyj)

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