Escucho Le voyage de Sahar, con las afinaciones acostumbradas y embargantes de Anouar Brahem, en esta ocasión más minimalista. Y contemplo el Mediterráneo de nuevo, tal que si fuera aquel día. Amparado por la sierra de Tramuntana, el mar se manifiesta como la prolongación del valle y de las calas. A la línea del cielo le hacen guiños las nubes y convierten el piélago en más terrenal. Quiere quedarse con los olivos y los cipreses y las higueras y el manojo de casas de Deià.
He subido y bajado las cuestas del pueblo, después de husmear por la vieja casa de Robert Graves, convertida al fin en museo, tras la bendición del cacique oficial de las Baleares y la imagen márketing de los Douglas. Deià es un lugar que se mira en un espejo. Si lo contemplas desde fuera, cuando llegas, el caserío te parece hermosísimo. Si miras el entorno campestre desde la población su belleza te supera. Todas las poblaciones tendrían que ser así, se me ocurre de pronto en un arrebato ingenuo. El finito lo pone la llegada a lo alto, donde adjunto a la iglesia el cementerio te recibe recoleto y humilde, y a la vez desplegado como un sencillo y espléndido mirador. Fue desde este punto desde donde fotografié el espacio que abandonaron los dioses cuando se saciaron. Antes, una emoción. Toda la vida oyendo hablar de Graves, leyendo a su Claudio, a su Mesalina, ensoñando con su vulgarización de los mitos griegos, divirtiéndome con la serie televisiva de la BBC en la que el actor Derek Jacobi era un Clau-Clau-Claudio redivivo, intrigándome con su larga e interrumpida (por la Guerra Civil) estancia en Deià. Y ahora, Graves estaba allí in corpore sepulto. Sencillo cuadrado de cemento, su nombre escrito a mano, unas plantas colocada por peregrinos anónimos.
Contemplo la sierra y el mar desde un cementerio casi marino casi terrestre casi divino. La sorpresa de encontrar allí mismo modestas tumbas de artistas, de músicos, de pintores, de ímprobos buscadores de la armonía o de simples romeros en pos de su paz interior. Tomé una flor de la tumba de Graves. Arranqué una rama de olivo. Me traje una hoja de una fértil higuera. Pequeños símbolos que cuando mis dedos los tocan palpan algo del cielo.
Ay, esos pequeños símbolos, Fackel, tan fechitistas ellos (nosotros), tan útiles para encontrarlos por azar un día entre las páginas de un libro o perdidos en cajas de zapatos y activar la memoria que creíamos perdida. Siguiente paso: la nostalgia o acaso la melancolía. Buenos días dominicales.
ResponderEliminarHace apenas un mes que yo emprendí ese viaje al Sahara con Brahem.
ResponderEliminarImaginas?
Y tú ya tanto tiempo sabiéndolo...
Par49, explicita, explicita, soy todo atención en estado vivo...
ResponderEliminarYa explicité. Decía que hará poco más de un mes que me sorprendió Le voyage de Sahar y El sentir sin viculos de Le Pas du Chat noir . A veces emprendo viajes hipnóticos y no sé donde estoy.Si fuera o dentro, aquí o allí, cuando escucho Kashl . Segunda pista de Thimar. Escúchela, pero si luego no sabe quién es, no me culpe.
ResponderEliminarDónde anda esta noche, por cierto
ResponderEliminar...entre la niebla
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