Decía Wallace Stevens en uno de sus aforismos, que "en poesía debes amar las palabras, las ideas y las imágenes con toda tu capacidad de amar lo que sea".
Tal vez la poesía exige, más que cualquier otra forma de expresión literaria, una voluntad de amar. Todo lo contrario al seguimiento lineal de un relato, a la ejercitación del razonamiento, a la aventura de dejarte llevar por el desarrollo secuencial de una historia. La voluntad de amar se manifiesta por el impulso. No sé sabe por qué. La poesía, como el amor, no pregunta. Te va o no te va. Te arrebata. Dejas de estar en ti. Entras en ella o la ignoras. Si te atrae inicias el compromiso del descubrimiento. Rige la intuición, el afán, una sensorialidad de las palabras. Hay una especie de actividad de feromononas también en la relación entre la poesía y tú. Cuando entras en ella, te sientes como el guijarro que has tirado y que traza círculos concéntricos sobre las aguas del arroyo. No flotas en un plano único, sino que te sumerges en todas las dimensiones que van superponiéndose o infraponiéndose en sus trazados misteriosos.
Has entrado y nunca saldrás. Como en el amor, perderás la voluntad pero enriquecerás en percepciones. Éstas pueden suponer goces, pero también malestar, contradicción, enfrentamiento. La poesía resulta ilimitada: tú, lector, pones los límites. Ni siquiera el autor ha considerado todos los significados de su redondez, de su pretendido acabamiento. Más allá de lo estrictamente formal, la expresión poética se nos muestra como los fuegos ocultos en el sotobosque que, cuando el fuego exterior parece ya apagado, se transmiten bajo la tierra de tu alma y reverdecen con ígneos bríos prendiendo nuevas arboledas. La poesía, como el amor, no sólo te habla de la vida, de la experimentación, del compartir. Habla también del fin, y de cómo pones a prueba tu propia capacidad para adaptarte al acontecer de las edades y finalmente al ocaso.
El poeta español Arcadio Pardo opina que "alguna vez ocurre que uno se pregunta por qué y para qué y para quién escribe. Y sus respuestas le llevan a palpar, a presentir, a materializar lo que es lo único cierto, su propio morir. La poesía se alza a la suprema pretensión de superar el morir y de sobrevivir más allá de las lápidas borradas...Puede ser que por eso mismo, la poesía sea una ambición de conocer, de buscar, de investigar en las claridades y en la oscuridad. En suma, una exploración y una interpretación que se ejerce sobre los horizontes presentes o pasados, o aún no sidos, pero también sobre su propio lenguaje. Otro misterio: de quién hereda el poeta, de dónde procede su lenguaje mutante, siempre actual y vivo, de semántica múltiple y cambiante, subversivo y a menudo rebelde a la norma, liberado de la conciencia, narrante, significante, que se funde y confunde con lo que es poesía."
Y nada mejor, que decían los didactas, que un botón de muestra de este poeta, un poema extraído de su libro Travesía de los confines (Ediciones Tansonville, 2001)
TE TENGO DEVOCIÓN
Te tengo devoción que me humedece.
Creo que te venero desde un lejano instinto.
Presumo entre renglones tu espeso sufrimiento,
más que la ruina del amor, más que eso.
Más que saber que te morías, más.
Pero subiste al carro tu ya casi agonía.
Sacaste fuerzas para firmar aquello. Y fue
firmar tu sepultura, también desvanecida.
He ido a verte a esa charca de tierra para muertos,
al pesebre roído, al destruído suelo.
Debes ser una muerta sin sitio. Y me regreso
como si todo el cielo se encapotara.
Ahora me parece que te vienes, te acercas,
merodeas, me miras y no sabes quién soy.
Me ves en el zaguán de tu casa y me miras
quién es éste y de dónde que se ha venido aquí.
Me espías y me quieres y no sabes por qué.
(Se acompaña, porque sí, la impresionante fotografía de Tina Modotti. ¿Poesía visual? El hombre de la otra foto es Arcadio Pardo)
¡Qué hermoso post! Fackel.
ResponderEliminarUn saludo
No se escribe para ningún otro lector que uno mismo, decía Wallace Stevens (y me estoy pasando de citarlo, ¿verdad?) Gracias.
ResponderEliminarTras unos días de no pasarme por aquí, me sorprendo. Esto sí que es darnos a conocer a autores poco nombrados, lo digo por Arcadio pardo pero también por Caraco. Vas de tentador, Fackel, y gracias por tentar.
ResponderEliminarLos frutos están ahí, yo sólo soy como el niño travieso que se sube al árbol a cogerlos, y luego lo reparte con los amigos. Gracias Sebastián.
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