Me topo por la calle con un cartel anunciando concierto de Paco Ibáñez. Está pegado a una puerta ordinaria con cerradura y manilla. Mi primera sorpresa es que este cantautor del pasado siga dando conciertos. Me entra un doble temor. ¿Qué voz tendrá a estas alturas? No me tienta la idea de escuchar una voz probablemente harto cascada (son 90 años) y no basta la buena intención para dejarme seducir bajo el signo de mi pelo albo. Recuerdo que Brassens, que no pasó de los 60 años, ya tenía una voz más escasa y débil.
El otro temor es: ¿sentiría hoy lo mismo que en mi juventud al escuchar aquel vigor resistente de interpretación y letras que se apoderaban de nosotros? Como no voy a contestarme a ambas preguntas, propiciadas por la justa aprensión de que las cosas ya no son iguales a como fueron, me vuelco en retorcer el simbolismo del cartel sobre la puerta. ¿Se trata de la puerta que se cerró una vez en falso? ¿Es una cerradura cuya llave solo la tienen quienes no van a permitir acceder sino a quienes ellos quieran? ¿Son los períodos históricos habitaciones clausuradas o comunicantes? ¿Érase una vez que galopamos sin llegar a la utopía soñada mientras el lobito bueno era maltratado por todos los corderos, pues tal parece hoy día que el mundo va del revés? Por un momento me tentó mover la manilla. Pero ¿y si la puerta se abría y me llevaba a una estancia oscura, como premonición de lo que puede estar por llegar?
No pongo en duda que las letras de las canciones del cantautor permanecen vigentes en sus mensajes. El problema es que hoy nadie las canta y seguramente tampoco serían entendidas. Como mucho, de vez en cuando aquellos otrora jóvenes las ponemos para hacer un ejercicio de nostalgia que acaba mal. Yo, escasamente lo hago. Y mira que L'Olympia fue un manifiesto total que nos arrebató. Y mira que en asambleas que acababan a palos y en excursiones que nos liberaban de la podredumbre dictatorial las cantamos en medio de una mística interclasista y soñadora. Y mira que en reuniones domiciliarias clandestinas no pusimos poco sus discos. Pero hoy, hoy, qué miedo me da volver a escuchar a Paco. Con Brassens no me pasa tanto, tal vez porque era otra cosa; y hablando de nostalgia todavía me sacude más el francés. Y es que escuchar a alguien tan significativo de la música del tiempo lejano devuelve a la vida a los muertos, recupera a los amigos y compañeros que tomaron otros rumbos, y cuestiona la memoria. Pero la memoria no conviene menearla mucho, por si se desvirtúa, se prostituye o se traiciona. Como han hecho algunos.

Me quedo con esta frase, y la firmo: "Pero la memoria no conviene menearla mucho, por si se desvirtúa, se prostituye o se traiciona"
ResponderEliminarPD: Es válida para todos los partidos y todas las personas.
Salut
La memoria objetiva no existe. Entonces lo que se entiende por memoria por unos o por otros difiere sustancialmente. Por factores diversos que sería complejo aquí analizar. No menear la memoria va en el sentido no de que no haya que ejercitarla, sino de no adulterarla conscientemente o por ignorancia o por mala fe o por intereses. Por supuesto a los oportunistas de hoy no les interesa practicar el lado sano y provechoso de ejercitar la memoria. Es válido para cualquier sector productivo, político, religioso, institucional o individual, por supuesto. Hoy ciertos personajes tratan de borrar los hechos del pasado, sustituir memoria y lo que hubo por un borrado. Así justifican sus desmanes presentes, sus opacas ideologías y sus adoctrinamientos. Y curiosamente casi todos esos peresonajes, por no decir todos, se sitúan en el mismo lado ideológico.
EliminarEn mi mocedad escuchaba los casetes en bucle, camino de Salou, sobre todo, el Mediterráneo. Eran los ochenta. Dos décadas después vi a Serrat en directo, en Pamplona, y disfruté de lo lindo. Luego, en 2015, creo, Serrat vino a Logroño y su voz me sonó floja, desfallecida, como la de un canario desmayado. En 2021 dejó los escenarios. Creo que fue una decisión acertada. Sus canciones nunca morirán.
ResponderEliminarComo en la película Alta fidelidad creo que los que tenemos ya unos años atesoramos una biografía sonora; nuestra existencia se ve jalonada de casetes, vinilos y cedés. Y en cuanto a la memoria, una canción, puede como ninguna otra cosa, poner todo nuestro pasado patas arriba y sí, airear también la memoria. Todo un riesgo.
Estoy contigo en lo de la biografía sonora, que también tiene mucho de biología de un tiempo y cuerpo al que pertenecemos. Una canción cargada de significados nos paraliza, es un riesgo menor, pero tiene su dureza. Por dos razones: porque te das cuenta de que no recuperas el lado grato del pasado y porque ves que muchos de aquellos con quienes compartista amistad u otras hierbas ya han muerto.
EliminarTe preguntas: ¿sentiría hoy lo mismo que en mi juventud al escuchar aquel vigor resistente de interpretación y letras que se apoderaban de nosotros? La respuesta es NO, todo suena ya a caducado, a rancio, a fuera de lugar y tiempo. 90 años son muchos y eso que se podría entender en Aznavour, no se entiende en Paco Ibáñez al que se le acabó el galopar....
ResponderEliminarAsí es, por eso mismo me resisto a escuchar ya músicas, letras y voces del pasado. Alguna vez lo hago ante alguna noticia o comentario. Pero nunca me pongo ya y desde bastante tiempo a repasar y a solazarme. Sobre todo de nuestros cantautores que nos significaron en su tiempo. Porque ya no encuentro agrado. Mira por dónde a veces sí pongo cosas de los franceses de los 60, pero solo de ciento en viento.
EliminarMejor no abrir la puerta porque, como mínimo, te va a defraudar la voz apagada como das a entender. Me quedo casi con el recuerdo de ese hombre, un juglar del siglo XX, que nos dio a conocer las letras de Goytisolo, Blas de Otero, Gabriel Celaya Alberti, Quevedo, El Arcipreste de Hita... ¡Casi ná!
ResponderEliminarY no es poco que ese cantor y otros nos dieran a conocer palabras de poetas que apenas conocíamos. ¿Será por eso que leo más que nunca ahora a Quevedo o al Arcipreste, que ya dijeron cosas que los modernos repitieron y los posmodernos reinciden?
EliminarEs un problema tratar de revolver el armario de la memoria para ver si nos siguen quedando bien los trajes de entonces. Los mensajes, las proclamas que nos erizaron la piel, las ganas de cambiar el mundo.. Parece que ya nada de eso tiene sentido, ahora que nos han dejado claro que vivimos en el mejor sistema posible...
ResponderEliminarY, sin embargo....
Los trajes de entonces no son el problema. Es nuestra percha, y no solo la corporal sino su parte mental, a la que no le caen bien aquellas prendas. Y por supuesto, ahora hay otra sastrería y ya no nos gusta probarnos traje alguno. Me encanta tu frase irónica final.
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