"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 2 de agosto de 2024

El azar indiscreto acosa a mi amigo

 


Antes de que se entere de manera inexacta se lo voy a contar. Se ha presentado presuroso, quitándose el sombrero, mientras yo, sentado en la terraza del quiosco de la Pilsen hago señas al camarero. Le indico que se siente. Me intriga su urgencia, sin previo saludo, cálmese, le sugiero. Pero él se muestra imparable en una verborrea inhabitual. Usted es amigo de Jan Popovka, ¿no es cierto? Pues bien, él y yo nos conocemos desde la juventud y no nos tenemos simpatía mutua. No podría decir por qué. Nunca me hizo nada ni yo a él. Es una situación inexplicable donde acaso los subconscientes de ambos podrían aclararlo mejor que nuestra voluntad nada cercana. Pero eso es imposible. A veces las malas relaciones se siembran y fecundan sin habérselo uno propuesto. O por injerencia de personas malévolas. En cierta ocasión alguien me comentó que Popovka había dicho en alguna tertulia de ociosos, y de esto ya hace mucho tiempo, que yo no era de fiar porque había hecho determinados favores a un político local de reconocida insolvencia y temple autoritario. Como si no se me conociera precisamente por mis cautelas y mi discreción, cuando no por un carácter huraño que me sale en ocasiones. Como si no se supiera lo alejado que me encuentro de estancia alguna de poder ni fuese célebre mi escepticismo ante las fórmulas humanas de entendimiento que, aun sabiendo que no hay otras posibles, si no las desprecio al menos las ignoro ampliamente. 

Me preocupa este arranque impetuoso con el que llega mi amigo. Nunca se sabe cuándo comienzan los bulos, cómo se van incubando y de qué manera su éxito perverso reside en el receptor, digo insistiéndole en que se relaje. Por supuesto, en un receptor susceptible cuando no anhelante de escuchar la mentiras y prestar atención a maledicencias. Me interrumpe. Esta vez me molesta el personaje, no porque haga que me sienta culpable de mis conductas íntimas, pues no creo que no le falten a él las suyas, que yo no criticaría. 

No puedo con tanta intriga. ¿Qué le ha sucedido?, pregunto con mesura. Se explica. Me crucé con él, con el tal Popovka, casualmente hace unos días en casa de Frau Helga, la bávara. Ya me entiende usted. No se sorprenda, no soy asiduo del negocio pero en ocasiones de debilidad tampoco desdeño una compañía oportuna. He hecho un gesto de comprensión, incluso lo he ratificado: usted sabe perfectamente lo que debe hacer en cada momento, no todo se conjura ni se exorciza escribiendo. Se ha sentido cómodo, prosiguiendo su anécdota. Popovka y yo nos miramos y a la vez nos ignoramos. A él se le puso un rictus de sorpresa más que de ironía, que también lo percibí, y enseguida se escabulló con una diligencia que me pareció vergonzante. Si fue el fugaz incidente o que yo no iba muy convencido de solicitar caridades, el hecho fue que tras saludar educadamente a algunas de las presentes me marché como había llegado. Un poco enojoso, no lo niego.

No deja de tener su punto divertido, y de todo se aprende, dije. Acaso en la próxima circunstancia usted sea más prudente y reservado. Saltó: eso ya me lo he dicho a mí mismo. Se lo cuento no porque me persiga el malestar por un comportamiento propio que no me avergüenza, sino para que esté usted prevenido cuando se encuentre con Popovka. Probablemente él no le comente nada, pero la actitud impropia que ha tenido siempre conmigo no me da garantía de que se conduzca con comedimiento. Incluso puede que sea yo el que esté siendo el inoportuno respecto a él, al contarle usted este suceso intrascendente. Los sucesos aparentemente intrascendentes pueden ocultar maldades y calumnias, he dicho con ánimo de animar a mi amigo y demostrarle que me siento extremadamente honrado por su confianza. En efecto, me interrumpe, y es que en este pulso de amistades oscuras y entregadas serpentea por medio el antiguo juego de la fidelidad o de la traición. Yo sé que solo puede esperar de usted fidelidad.

Lo que mi amigo no sabe es que Jan Popovka, revelándose como un tipo con el que hay tener recelo siempre, se había adelantado a informarme maliciosamente y me había dicho, como no dando mucho interés al tema, algo así: vi entrar a K. en casa de la bávara. Popovka, intervine para que no avanzara más, haré cómo que no he oído nada. La vida muy particular de los demás debe respetarse. ¿O a usted no le importa lo que difundan otras lenguas viperinas sobre su persona? Sea prudente y respetuoso siempre, no vaya a ser que las cañas se le vuelvan lanzas.

Sin saber la verdad del intrascendente hecho, yo había inclinado la balanza a favor de mi amigo K. Mi fidelidad también debo demostrársela no comentándole la perversa insensatez del otro.



* José Hernández. El alimento automático, 1982, dibujo.

12 comentarios:

  1. Se podría decir que entre pillos anda el juego, y creo que gana Popovka

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    1. A la corta; a la larga se condenará con esas actitudes.

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  2. De ese palo están hechos los verdaderos amigos. De ahi que no se puedan hallar muchos, realmente.

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    1. Pero haberlos, los hay. Yo tuve uno de una discreción extra, además de su bondad por soportarme.

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  3. Há sempre rivalidades... guerras declaradas abertamente ou traições pela calada...
    Beijos e abraços
    Marta

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    1. Siempre, es una constante en la vida personal y en las de las sociedades y sus clanes. Condición humana.

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  4. Los que no escatiman en medios para hacer quedar mal casi nunca notan la forma en que ellos quedan frente a los demás...

    Saludos,
    J.

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    1. O si lo notan son hipócritas y vergonzantes. Gracias, José.

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  5. En la amistad hay códigos, que hay q honrar y respetar.
    Ni que fueran viejas chismosas de barrio, che! Esa información se guarda y se utiliza en momentos de última instancia, como para inclinar un poco más la balanza.

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    1. Pues sí, a veces se pueden encontrar chismosas de barrio del género que sean que atacan primero para ocultar y disimular. Tratan de llevar la iniciativa porque sus complejos y prejuicios se lo exigen.

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  6. Fáckel:
    nunca faltarán los correveidiles, por desgracia.
    Hace un par de semanas me puse a ver en televisión una película sobre los últimos años de Kafka, "La grandeza de la vida", pero me pareció aburridísima y no sé si llegué a la mitad.
    Salu2.

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    1. No conozco ese filme.

      Los correveidiles...tuve que enfrentarme a algunos en el pasado, vaya ralea.

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