"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





miércoles, 18 de enero de 2023

El hijo del zapatero y el ladrón

 


El sabio está cansado. Andar caminos, aun con aliciente, es duro. Demasiadas ruinas le hacen perder la noción del tiempo. Qué tienen las ruinas que sacan del sueño, incluso de su práctica desaparición, urbes pujantes ante mis ojos, se pregunta. Todas las ciudades perdidas se parecen, pero todas son diferentes. Comparten semejanzas, pero cada una tiene ciertas características que la hacen única. Dos ciudades pueden tener un estilo homogéneo de planificación, pero diferir en elementos decorativos. Pueden disponer de análogas construcciones pero siempre hay componentes en ellas que las hacen más o menos útiles. Cuando crees que una misma mano ha labrado idéntica mentalidad en sus diseños, de pronto se nos muestran otros restos que no se parecen a los anteriores, que toman una deriva diferente. ¿Hay una o más ciudades superpuestas cuyas ruinas son testigos que se afirman generosas ante mi presencia? Y todas cumplen su función y han acogido a familias, a negociantes, a artesanos, a guerreros, a esclavos o a las castas que rigieron, combinando poder y religión, civilizaciones enteras. ¿Cómo reconocerlas a todas ellas, cuando ante mi mirada despliegan masas informes de restos pétreos como si su suelo fuera campo de cultivo de la destrucción? 

Al explorador erudito los perímetros que va distinguiendo en medio de la incuria de siglos, que es tanto como decir del olvido más extremo, le hablan de murallas y calzadas, de templos y mansiones, de talleres y cuarteles, de lugares de recreo y de comercio. En definitiva, de convivencia, por lo tanto de vida intensa. Él, a cada paso que da, ve alzada de nuevo su pujanza. La imaginación es una mirada que sabe inexacta pero estimulante. Es parte de sus herramientas para rescatar lo pretérito. ¿Acertará o errará? Cualquier cosa, se responde, con tal de desentrañar el alma de una ciudad. Cualquier intento con tal de obtener pruebas de que las localizaciones de las que hablaban los textos literarios ancestrales han existido y han acogido vidas y quehaceres cuyos herederos somos nosotros. 

Agotado por el último viaje, pero no abatido. El sabio, en la taberna de aquel barrio levantado sobre tanta ruina, se relaja ante un vino grueso pero deleitoso. Un hombre joven que le mira largamente se sienta enfrente. Le habla con la musical campechanía del lugar. Tu ostentación hiere, teutón, pero te envidio, le espeta impertinente. Haces lo que quieres, aventurándote en los peligros de esta época. ¿No temes que te asalten? Es evidente, por la calidad de tu vestimenta, que dispones de recursos en tus faltriqueras y seguramente en la mansión que poseas allí de donde procedas. ¿Y si yo fuera uno de esos ladrones sanguinarios que desprecian la vida ajena si esta les deja a cambio una discreta riqueza?

El arqueólogo le ha escuchado sin gesticular. Incluso le sonríe con afabilidad. Está acostumbrado a tratar en los albergues de los caminos con todo tipo de  personajes. Mi riqueza, contesta al otro, es mantener ilusiones sobre mundos que ya no existen. Pero que siguen ahí como testigos de la historia humana. Desvelar lo que ocultan las entrañas de la tierra. Obtener el beneficio del conocimiento, que vale más que unos dineros o unos títulos de propiedad. El hombre con el que dialoga ríe, sin faltarle al respeto. No estaría yo tan seguro, le interrumpe. Si no tienes de qué vivir, ¿para qué te sirve conocer? Yo me conformo con distinguir los días de mi vida, entender un poco a los demás hombres, gozar de quienes se presten a un rato de solaz placentero y emborracharme cuando el vino penetra en mi sangre. ¿A qué otra cosa puedo aspirar?

El teutón ha pedido otra jarra al mesonero. Lo comparte con su inesperado amigo, que se siente cada vez más interesado por él. No deja de hacerle preguntas. Pero dime, ¿qué buscas en lo antiguo o, peor, en lo derrumbado y desaparecido? ¿Acaso que te acojan sus muertos y te revelen secretos que han ocultado por milenios? No les tientes, pues tienen mano vengativa. Hay muchos paisanos que han descendido a cuevas ocultas allá abajo y no han aparecido jamás. Cierto que algunos han conseguido sacar lo que ellos llaman tesoros: estatuas deterioradas, simples lápidas, pequeños ajuares, pero estos los han malvendido y las piedras han ido a parar a construcciones de ahora. Sí, la ciudad incómoda pero familiar en que vivimos ahora debe mucho a las piedras de esa otra ciudad que dicen que hubo. Los más pudientes han levantado sus edificios con el material heredado. Bastantes caminos están acondicionados con lajas de los que tú llamarías edificios nobles de otras culturas. Hasta los miserables saben aprovechar covachuelas y cloacas donde hacer vida. ¿Te das cuenta, teutón, de que si la gente quiere sobrevivir debe adaptarse a los tiempos incluso aprovechando lo poco salvable de otras épocas?

El sabio le escucha con atención y cierta perplejidad. Atiende a sus opiniones porque le gusta también palpar los entresijos del tiempo en que vive. Piensa que el advenedizo que se ha apoltronado aún más junto a él no tiene una visión tan limitada del mundo como le parecía al conocerle. ¿Cómo negar la conciencia clara de su vida, aunque probablemente se trate de un don nadie o pueda ser, como le ha dicho antes, un peligroso delincuente? 

Sienten próximos sus alientos agrios. La jarra se vacía y reclama que se ocupe de nuevo su volumen. El joven no le produce desconfianza. El hijo del zapatero, devenido en explorador de culturas soterradas, cree que puede enseñarle sobre el pasado y a su vez obtener de él otra clase de gratificaciones. Se miran con mutua y cordial perspicacia a lo largo de un silencio contenido. Me gustaría que me mostraras algunos de los objetos que has rescatado estos días, exclama de pronto el otro. He visto algunos en manos de vecinos y acaso te puedan ser provechosas mis informaciones. No tengo inconveniente, le responde el sabio. Podemos subir a mi alcoba. Te enseñaré a percibir los objetos con otra mirada.

 
  



* Retrato de Johann Joachim Winckelmann, por Anton von Maron, 1767.

22 comentarios:

  1. Acho que tudo se adapta, tudo se transforma...talvez no fundo o Mundo seja limitado, porque o que se descobre hoje, já existia numa outra civilização....
    Como sempre, um texto interessante que nos faz reflectir....
    Obrigada pela visita
    Beijos e abraços
    Marta

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. En cada tiempo y lugar ha habido otras existencias, pero no son las mismas.

      Eliminar
  2. Pocos aceptarían la riqueza del conicimiento si no tienen dónde morar, ni tampoco el sustento asegurado aunque sea mínimo, ¿no crees?
    Parece ser que esta historia es tan actual como la vida misma. Y precisamente ahí veo yo el riesgo que ya aparece en jóvenes. Y en ese déjame estar que se extiende, por cierto con demasiado brío.
    Haran falta muchos hijos de zapateros.
    Lectura deliciosa.
    Salud, Fackel.
    Anna Babra

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Depende, ha habido y hay gente que teniendo mínimos recursos han sido verdaderos ávidos de saber y gracias a ello han salido de la pobreza, pero por regla general el asunto de la carencia es mucho más complicado, hay muchos factores que lo han impedido.

      Sí, ese déjame estar, la carencia de motivaciones, el dejarse llevar pero cubiertos, son características peligrosas de estos tiempos.

      Como habrás visto, la historia recreada está inspirada por la vida del que se considera padre fundador de la arqueología (la de entonces)

      Eliminar
  3. Yo tampoco subiria, no fuera que... y quizás fuera un error.Por la traza del personaje crepo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La clave (y desenlace) está (estuvo) en el que se arrimó al teutón.

      Eliminar
  4. Se me ha cortado. Decia, que por la traza del personaje creo que si subiría.

    ResponderEliminar
  5. Yo creo que los sabios acaban llegando, cada vez, donde son necesarios. Por supuesto sin hacer mapas previos.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  6. Pues el joven ha tenido mucha suerte, que se cruce en tu camino un sabio y quiera compartir, no solo la cama, sino su saber, es un inesperado regalo digno de celebración. Y mejor que sea a cambio de nada, por puro placer de compartir.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tal vez no hubo final feliz en este relato, como no lo hubo en la situación real que lo inspiró.

      Eliminar
  7. "MANTENER ILUSIONES", la mejor de las riquezas, sin duda alguna...

    ResponderEliminar
  8. Yo creo que las ciudades perdidas tienen alma, un algo que con cierta información de base permite que la imaginación pueda reconstruir lo que pudo ser un lugar habitado y lleno de vida.

    Como dices, el arqueólogo de corazón no aspira a acumular tesoros sino a desentrañar su misterio, no es lo material lo que le mueve, supongo que eso es lo que trataba de explicarle al joven que le acompaña.

    Joachim Winckelmann hizo un gran aporte a la arqueología, le dio sentido en mi opinión. Que fuera asesinado en la habitación de su hostal pone la nota triste a esta entrada pues parece el relato de la estupidez humana, del que no sabe agradecer el conocimiento sino es para ponerle precio y mata por unas monedas.

    Salud y sabiduría Fackel🌸

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Interesantes conclusiones las tuyas. Las ruinas son siempre una posibilidad de información, algo que, al fin y al cabo, persiguen los arqueólogos con denuedo y técnicas cada vez más sofisticadas. Winckelmann no disponía de muchos medios ni método de trabajo y, aunque fundamentalmente le interesaba el arte más relevante, tuvo que presenciar infinidad de riquezas ocultas que emergían, entendiendo riquezas en un sentido amplio. Hoy día todo ha cambiado. Afortunadamente hay menos romanticismo, pero mucha pasión, en las excavaciones arqueológicas y el trabajo es multidisciplinar, la investigación toma muchas vertientes, los métodos muy sofisticados. Lástima que aún haya tantos depredadores a los que hay que combatir.

      Eliminar
  9. "Si no tienes de qué vivir, ¿para qué te sirve conocer?": ets poeta, moriràs sense una pesseta.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Antiguamente los poetas tenían fama de ser pobres. La mayoría de los poetas, de antes y de ahora, o tenían otro oficio o se morían de miseria. De la poesía no se vive.

      Eliminar
  10. Fáckel:
    un encuentro sorpresivo.
    Salu2.

    ResponderEliminar
  11. Y peligroso, cualquier parecido con una realidad que fue no es mera coincidencia.

    ResponderEliminar