"¿Por qué, pues as llegado
aqueste coraçón, no le sanaste?
Y, pues, me le as robado,
¿por qué assí le dexaste,
y no tomas el robo que robaste?"
San Juan de la Cruz, Cántico.
Sé que el placer que te di fue y seguirá siendo único, leyó Jacinta en una hoja suelta del diario del agrimensor. Aquel texto, escrito de puño y letra por Pallarés, desconcertó a la mujer. El aparente realismo -no exento de tono pretencioso- pareció desafiar la incredulidad inicial. ¿Lo había copiado en un papel aparte del cuaderno? ¿O era fruto de la imaginación de su marido? Este, antes de desaparecer, llevaba dos días absorto en unos cuadernos ajenos que no había entregado al juzgado para el procedimiento de la investigación. ¿Qué leía o, mejor dicho, qué veía el funcionario en ellos que tanto le impresionaba? Aquellas letras amorosas que parecían propias, ¿se trataban de una prueba que se había impuesto por pura fiebre literaria? ¿Era un desahogo proveniente de un interior reprimido que nunca había confiado a su esposa? ¿O se trataba de lo inesperado, el borrador de una misiva a una amante de cuya existencia ella jamás había sabido? Jacinta lo dio vueltas durante un rato, sin dejarse afectar más que por la sorpresa primero y a medida que avanzaba la lectura por la perplejidad.
Los seres humanos, siguió leyendo la mujer, nos pasamos la vida retando al destino. ¿Cuántas caras auténticas tiene el destino? ¿Solo las del amor y la muerte? Y eso suponiendo que la primera sea siempre sentida con sinceridad. Y lo que hay entre ellas, ¿qué es? ¿Simples gestos o muecas con que cumplimos la función de vivir con arreglo a normas, acostumbrándonos al desgaste, resistiendo al tedio que vuelve opacas nuestras existencias? Según avanzaba en edad más me ofuscaba en el recuerdo y contemplaba la rutina con mayor aceptación, pero algo me decía que ir hacia la vejez, aunque fuese lentamente, no podía ser solamente esto. Entonces apareciste tú concediéndome el don de una respuesta salvífica. Ya no se trataba de tu juventud ni de tu atractivo porte ni de la capacidad innata de entregarte, aun cuando todo ello justificase tu entrada en mi vida. Era ese saber estar pendiente de mí lo que más me seducía. Tu interés por mi pequeño mundo. Tu disposición a comprender las circunstancias en las que me muevo, sin exigencias ni celos. Y el ver potencialidades dentro de mí que yo ignoraba cuando no desechaba. Y entonces, ¿era el mismo u otro cuando estaba contigo? Creerme el de siempre significaba crecer en mi idoneidad, algo que me parecía casi imposible. Ser otro me revelaba la maravilla de mutación que un individuo puede experimentar en esta vida incluso sin haber previsto ni imaginado un cambio. Sin que la edad pueda afectarle definitivamente y le obligue a claudicar. ¿Y si todo está siendo un sueño pasajero, una alucinación transitoria, un regalo que el azar me concede para que descubra dentro de mí esos espacios que distingo a medias y que nunca he satisfecho más que en reducidas dimensiones?
Según avanzaba en la lectura de aquel apunte Jacinta no sabía si el que hablaba era el autor del cuaderno o quien tenía secuestrado el diario a la investigación judicial. ¿A quién se refería realmente el autor de aquellos apuntes que parecían sobreponerse a los del agrimensor? ¿O era imaginario?, volvía a pensar una y otra vez. Siguió leyendo, impresionada por aquella especie de confesión íntima, pero no se sintió herida de modo especial, si bien tocada por una afinada curiosidad cuya deriva era imprevisible. Había adoptado la actitud de un lector ajeno que en parte se identifica con un relato pero que conserva el temple distante que le permite gozar de lo leído sin perder la referencia de sí mismo. Después de estar contigo, retengo el recuerdo de lo experimentado, se afirmaba en aquel texto. No solo como eco sino como principio activo que se mantiene en mis sentidos. Y que me pide más. Volver a verte, acercarme a tu cuerpo, envolverte en el mío. Si tú desapareces, yo desaparezco, remataba. La esposa del funcionario no pudo avanzar. Esta última frase era lapidaria. ¿Como un reto o como un epitafio?, pensó. Y ella misma se sintió incómoda por utilizar aquella imagen tras la cual ya no hay posibilidades de modificar nada y sí, en cambio, permite permanecer en un mar de misterios y enigmas que cada individuo arrastra con su oleaje vital.
(Fotografía de Manuel Álvarez Bravo)
Este texto me tenía ya ganado desde la cita de San Juan, pero luego me ha arrebatado por su intensidad, misterio y lirismo. Para leerlo varias veces.
ResponderEliminarCántico puede sugerir o estimular otros cánticos, siquiera menores.
EliminarLas dudas interesan más que las certezas.
ResponderEliminarUn saludo.
Las primeras son constatables desde el primer momento, las certezas no se ratifican fácilmente como tales casi nunca.
EliminarUn texto que impresiona, en todo caso una bella proyección.
ResponderEliminarDebe ser que la mística de Juan de Yepes ilumina. Gracias.
EliminarOs mistérios e as dúvidas...um mundo interior com que se identifica, mas ao mesmo tempo, rejeita...
ResponderEliminarPorque levanta questões profundas...
Muito interessante e poderoso...
Beijos e abraços
Marta
As supostas certezas freqüentemente batem durante a vida contra o desconhecido e o que procuramos desvendar. Às vezes mistérios são resolvidos, outras vezes são complicados.
EliminarObrigado, Marta.
Pienso que la única cara cierta que tiene (siempre) el destino es la de la muerte... la del amor la veo más incierta...
ResponderEliminarJacinta lee y se intriga con la lectura, yo también he quedado intrigado, esperando nuevos capítulos de la desaparición del agrimensor, de pallarés...
Es excelente tu forma de relatar...
Abrazo
Incierta o alterna o dispar o escasa...pero la pasión se da, existe, aunque tenga un ámbito un tanto etéreo y limitado, ¿no te parece? La muerte, pues bien dices, es el destino o la meta indudable. Siempre nos esperará.
EliminarAgradezco que te interese esta serie que se hace día a día, donde no hay sino improvisación y divertimento para mí. La vida es espontánea y sus caminos cambiantes. Salud.