Sabemos que por territorios del Oriente y del Septentrión se cuentan fábulas sobre nosotras. Que si somos sirvientas reales, que si bailarinas cortesanas, que si hetairas que iniciamos a los jóvenes guerreros, que si sacerdotisas del templo. Algunos difunden historias más enrevesadas sobre nuestra condición. Y así van diciendo que somos esposas rechazadas porque no queremos dar hijos para la patria. O que hemos despechado a varones porque no sabían amar. Incluso han llegado a difundir que somos despreciables viudas de héroes caídos en la guerra, a los que no hemos guardado el obligado duelo. Para otros somos mujeres que no envejecemos nunca, a las que se nos permite una vida de lujo y de cuidados. Hay quien dice de nosotras que llegamos de una lejana ciudad sabia, que nadie sabe situar, para enseñar las artes y los conocimientos de la construcción. Muchos nos ven como hijas de la pitonisa de una isla que fue destruida por la furia de la tierra y que portamos el don profético de aquella anciana. Incluso ha corrido la voz de que tenemos un origen nómada y con nuestra llegada hemos introducido en este reino el sentido lúdico, la poesía y el canto. Pero a este lado del océano, entre los habitantes de la ciudad que hemos levantado durante días y noches, persiste la confusión sobre las damas de morenos rizos. No nos dejamos ver con frecuencia, pero tampoco nos escondemos. Sobre las leyendas que se han tejido no falta quien nos admira pero abunda quien nos denigra. Muchos desean conocernos pero a la vez temen encontrarnos. Suscitamos atracción, pero somos causa de envidias. Cuando aparecemos en las fiestas que tienen lugar en el alegre palacio deslumbramos a los funcionarios reales y a sus esposas. Se suscitan celos entre los generales y los sacerdotes no se atreven a levantar en público su palabra contra nosotras. Los ancianos nos contemplan con mirada lúbrica y los adolescentes pugnan por hacerse notar cuando desfilamos. Las mujeres nos ponen sonrisas pero nos buscan los defectos. Unos y otros nos desean y nos odian a partes iguales porque no nos pueden tener.
Muy pocos conocen que somos en realidad las amantes de Asterión.
(Friso pintado del palacio de Cnossos, en Creta)
Tal vez la mitología griega fue más igualitaria con hombres y mujeres hace miles de años, que cualquiera de las modernas empresas de IBEX35.
ResponderEliminarSaludos.
Tengo serias dudas. La mitología era reflejo de la vida y pensamiento de los humanos y en concreto de quienes dictasen normas y pautas, bien en filosofía, en leyes o en organización social. Cabe deducir que por lo tanto algo derivado de las clases que dominaran y las castas religiosas que imperaran. Ni siquiera en la tan aireada Democracia griega la libertad y la igualdad de derechos ciudadanos era para todos, sino para una minoría digamos libre frente a la que carecía de ellos, la esclava. Lo cual no quita ni un ápice de verdad de lo que dices sobre la discriminación de las empresas del ÍBEX, por supuesto. Salud y concordia.Gracias por comentar, Soros.
EliminarY mañana, nosotras, las azules damas, entonaremos un canto desafinado para que, como a los juglares, se nos oiga en medio de una olocracia de machos a menudo desaforada.
ResponderEliminarNo reclamaré el plácet.
La oclocracia no es solo un gobierno de machos masa, y el canto puede ser flor de un día y de audiencia mediática. ¿Has pensado en ello? Supongo.
EliminarNo esperes el plácet, yo no me fiaría.
Cuando alguna mujer te moleste por la calle volvemos a hablar.
EliminarPerdona, pero a mí me molesta ver a los machos molestar, oiga.
EliminarHan sido desde siempre las mujeres quienes más han sufrido escarnio y desprecio, injurias e insultos, muchas veces siendo simples víctimas de caprichos y violencias machistas. La mitología no escapa a ese esquema.
ResponderEliminarUn abrazo
Lo que pasa es que la mitología genera otro mundo y sublima a través de dioses y divinidades varias a todo género, los sitúa en otro espacio. En ese sentido la mitología cristiana no está libre de responsabilidad y su aplicación por parte de hombres ha sido nefasta. No ha venido precisamente de mano eclesiástica la llamada liberación de la mujer, no. Salud y día grato.
EliminarCuando las minoicas hablaron conmigo, dejaron sus palabras clavadas en mi mente. Las recordaré siempre, después de aquello, mi idea sobre el arte cambió.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
Dichoso tú, Francesc, que las conociste en persona e in situ.
EliminarLos mitos no son cosas divinas sino la demostración de anhelos y miedos antropológicos por una parte... y por la otra la divulgación de formas de pensar que buscan el control de quienes creen en ellos. Incluso los nuestros, los de ahora.
ResponderEliminarPor supuesto, Pedro, las divinidades, los mitos, los dioses, los héroes y las leyendas...y ahora la posverdad son inventos muy pero que muy humanos, hijos de miedos, instintos de supervivencia, ambiciones, etc., reflejos que se consolidan luego como medio y cultivo de las castas que buscan el control. Pero sin su inmersión en nuestro subconsciente no se explican.
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