Venir al campo es venir a invocar la vida pero también a evocar la muerte. Eso le digo a Alisa, mientras caminamos por la orilla del Sutjeska, esas aguas rápidas y frías cuyo corto trayecto las hará desembocar pronto en el Drina. Cuando atraviesa la garganta la corriente es verdosa, matiza ella. Así desde que este paisaje quedara configurado como lo vemos ahora. Quién iba a decir que en una ocasión se iba a volver tan intensamente roja. Me da pie para ampliar la perspectiva del tema. Eso lo dices por la batalla que tuvo lugar aquí, pero ¿has pensado alguna vez que los montes y los llanos, los ríos y los barrancos, las costas y los mares conservan en su intimidad secreta las huellas de los hombres sacrificados? ¿Se te ha ocurrido imaginar que no habrá palmo de geografía donde no hayan caído las gentes de las tribus que emigraban, los mercenarios que invadían para los imperios, los mercaderes que se trasladaban de punta a punta, los esclavos que se utilizaban como mano de obra o simplemente el viajero pacífico que fuera acosado por salteadores? Alisa asiente pero guarda silencio. El lugar le sobrecoge. El monumento a miles de víctimas del enfrentamiento con los bárbaros del nazismo impacta tanto o más que todo el entorno. O al menos impone de otra manera. Quiere representar la misma garganta por donde circula el río, dice Alisa. Pero este desfiladero alusivo es el de la corriente de los hombres en guerra. Las aguas invisibles de este monumento llevan nombres y apellidos de de serbios, de croatas, de bosnios, de montenegrinos, ven, vas a verlo. Esto es lo que queda de un hombre armado, dice con amargura Alisa señalando las grafías de los combatientes, de unos hombres enfrentados a sangre y fuego a otros hombres. Al menos es un nombre por si alguien viene y lo recuerda como antepasado. Pero es lo que tú decías antes. Para unos cuantos miles o millones de guerreros de cuya identidad se sabe porque estaban registrados en los ejércitos en pugna, ¿cuántos humanos desaparecidos no tendrán siquiera un nombre inciso en una lápida ni en un registro ni en recuerdo? Porque este monumento, querido amigo, que parece sacado a cuajo de la tierra, que emula los valles abruptos, que se compone de aristas afiladas cual la vida misma, es como un túmulo. Alisa se entristece, solamente añade: en la historia humana hay batallas reconocidas, terribles e indignas, pero hay combates del día a día por la supervivencia cuyo precio y protagonismo han quedado en el anonimato.
(Fotografía de Inés González)
Hoy, en el Mediterraneo, en pleno s.XXI, suceden cosas similares. Se libra la batalla contra el hambre y la miseria, y van cayendo en tumbas anónimas en lugares al que jamás se podrán depositar una sola flor.
ResponderEliminarEnvueltos en las toneladas de plástico y basura que "produce" el sistema de vida europeo. En ese tema las democracias occidentales muestran su lado purulento y atroz no asumiendo nada.
EliminarEsos mismos pensamientos me sitian con harta frecuencia. Sirven para desdramatizar mi propia existencia y evidente desaparición. Mientras se medita los pensamientos acompañan y ahuyentan temores. "Relativizar" que dicen algunos, corren tiempos para ello.
ResponderEliminarY malo si no relativizas y apocas los acontecimientos. No caer en la trampa de las épicas, como algunos andan últimamente a lo tonto practicando. Dejo la puerta abierta a interpretaciones.
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