Es amable el patio donde me ha vuelto a citar Alisa. He llegado sobrado de tiempo. Traer un libro a un lugar como éste puede ser provechoso si se viene con frecuencia. Lo abro discretamente, nadie mira lo que hago, el silencio es una invitación a la lectura pero también a la fuga de mis pensamientos. Sin embargo, leo dos líneas y mi mirada se tuerce del texto y se dirige al árbol. No sé qué tiene de eje que sin ser arquitectura ¿o acaso lo es? parece que todo estuviera estructurado en torno a él. Vuelvo al libro y apenas avanzo una página se me antoja recorrer con la vista esa especie de claustro superior que me recuerdan otros ámbitos cerrados que he conocido en países occidentales. Apenas corre aire, la gente habla en sordina u hojea un periódico. Se diría que este espacio es antiguo, que no ha conocido nunca discordias, que se ha mantenido en pie porque el árbol lo ha querido así. El árbol...¿no fue junto con el abrigo o la cueva uno de los primeros techos circunstanciales del hombre? ¿No fue lo nutriente junto a lo que crecía salvaje en el sotobosque? ¿No fue posteriormente la materia prima sobre la que el hombre ejecutó su depredación más o menos masiva para inventar la casa propiamente dicha? Mientras me apoltrono en uno de los sillones cómodos no dejo de pensar en el árbol, homenajeo al árbol. Aunque sea joven lo admiro, aunque sea frágil le rindo culto. Alisa llega sin apresuramiento y parece rozar la distracción de mis pensamientos. ¿Te gusta nuestro árbol? No sé por qué dice nuestro árbol. ¿Es autóctono?, estoy por preguntar. Pero prefiero mantener el misterio sobre la existencia de esta fronda menuda en medio del patio. Como si fuera una columna que sostuviera las fuerzas del aire. Como si trajera una imagen anterior al edificio, a la fundación de la ciudad, a la capacidad del hombre de levantar sus propias recreaciones. Una vez escribí un poema sobre este árbol, dice Alisa. Otro día te lo mostraré. Es una especie que llegó con una de esas culturas que se han asentado desde siglos en esta tierra. Pero no pienses que el poema sobre un árbol es algo bucólico y mucho menos épico. Entonces ¿qué es?, le comento. De un árbol se saca vida y se obtiene muerte, o al menos recursos que tocan ambos extremos, responde sin matizar más. Me quedo confundido y barajando opciones que lo interpreten, pero ella no está por proseguir lo que ha debido ser una vulgar boutade. ¿O me oculta algo?
(Fotografía de Inés González)
Vaya pues servidora mucho mas cerquita, cerca del Pardo, ha comido/aperitivado bajo la sombra de un enorme bellotero, rodeada de arbustos de jara en flor, amapolas entre diversos coloridos y algunos equinos que sacaban a pasear por el camino. Amar y gozar de lo bueno que la vida nos ofrece y si de unas croquetas en su punto regadas con riojilla se trata, pues eso, la vida se troca en peacillo gloria, sin ambajes. Conviene saber apreciarla y los afortunados lo saben.
ResponderEliminarAmar y gozar de un estar quieto en soledad, siquiera una hora larga, observando relajadamente el entorno próximo, apenas un blanco y unas aceitunas, como me sucedió hace unas semanas en otra ciudad inhabitual, me volvieron más atrapador de la vida que mil discursos y manjares. Simplemente sentirte a gusto en un lugar no ordinario que te sorprende, ya es tanto.
EliminarHay lugares que son una llamada y no puedes resistirte a ella. Ni libros, ni amigos distraen de la contemplación. Cómo si fuera en estado de hipnosis, nos sentimos en prendidos y parte de ese escenario y no obedecemos otras instrucciones. El árbol quería tu mirada y te dio algo a cambio.
ResponderEliminarY hay mucho de enajenación de lo trivial, de una ausencia momentánea aceptada, de una impregnación del medio al que nos abandonamos. Suficiente por sí mismo todo ello para que nos proporcione un cierto modo de satisfacción si no de gozo. Sí.
EliminarEste magnífico árbol que con su noble sombra cubre la cafetería, es un tilo, joven y lleno de vitalidad. Sarajevo está lleno de tilos, enormes, conmovedores, resistentes a todos los cambios estacionales; verdes exultantes en primavera y amarillos intensos en otoño. Esta cafetería es muy hermosa, hay allí muchas tiendas del lejano oriente que imprimen al lugar un sello mágico y agradable, sirven además un delicioso café bosnio, con herencia turca inconfundible.
ResponderEliminarTu explicación de detalle complementa la fotografía, Inés. Ah, los tilos centroeuropeos...
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