¿Sabes que la vida se parece bastante a una partida de ajedrez?, dice Alisa cuando en el paseo nos paramos a ver jugar a los jubilados al ajedrez con unas fichas gigantes. ¿O tal vez es al revés?, y pone cara risueña. Allí los hombres hacen de un espacio de la calle un tablero, pacífico, pero no menos enfrentado. La vida es juego, le replico, la metáfora se podría aplicar utilizando toda clase de actividad lúdica. Pero ella quiere decirme algo más. Un escritor sabio de origen sefardita y no era de aquí, no, escribió una vez sobre el saber. Escribió mucho sobre el saber y sus obras eran reflejo de lo que había aprendido y a la vez proyección de lo vivido. Él decía que al saber verdadero no se llega por un camino lineal ni uniforme, sino que está cambiando siempre de forma. Que hay muchas cosas previsibles, pero que no aportan nada, porque ya se distinguen, se ven venir, están hechas. Pero que lo que realmente se nos ofrece nuevo, eso que llamaríamos descubrimiento, o bien conocimiento, llega por saltos laterales, algo así como la posición del caballo en el ajedrez. Por vericuetos inexplorados, por decisiones inesperadas, algo así lo interpreto yo. Me admira la carga crítica de Alisa. ¿Sabes que el ajedrez también se utiliza en las escuelas de los militares y no siempre en el mundo de los políticos?, le digo. Alisa se echa el cabello hacia atrás. No te fíes. Usan el ajedrez más como terapia que como margen de pensamiento. Calcular lo que puede hacer el otro y replicar con opciones tuyas para evitar que el otro avance no siempre da resultado. Siempre estás expuesto a un salto imprevisto. Esta gente juega para sortear la vida en una ficción diferente a aquella realidad en la que echaron un pulso por el que todos perdieron. Bueno, acaso esta ficción de ahora les une de algún modo, o les permite olvidar partidas perdidas, quién sabe, preciso. Alisa se queda pensativa. Luego comenta con ironía: por supuesto el sabio de origen sefardí no tiene por qué tener razón, por mucho que haya sabido de la experiencia propia. Saber y tomar decisiones no van necesariamente de la mano, le digo. Los errores cometidos por los hombres en la historia lo demuestran. Vamos hasta el caravansar de Morica Han y nos sentamos un rato como el otro día, me propone ella. Bascarsija no está lejos. Podemos seguir allí nuestra particular partida.
(Fotografía de Inés González)
En realidad la vida es una partida de ajedrez. Todo movimiento que uno hace lo ve reflejado jugadas posteriores, porque todo afecta al futuro.
ResponderEliminarUn abrazo
Salut
Pero, ¿cuánto hay de previsible y cuánto de imprevisible? Siempre sobre la marcha y a veces contra la dirección de la marcha iniciada.
EliminarMuy buena reflexión y acertada la metáfora, el conocimiento no es lineal, uno puede estar informado pero eso no implica saber, a veces el conocimiento no llega de dónde se espera, hay avances, retrocesos y como dijo un sabio, de repente ¡Eureka! Pero sabes, me preocupa más entender por qué cuando tenemos el conocimiento hay tantas veces en que lo ignoramos o lo aplicamos mal y no, no pienso en los políticos que desgraciadamente juegan en otra dimensión.
ResponderEliminarSaludos
Tu consideración la hago mía, porque, en efecto, el conocimiento no es algo reservado a los grandes planos sociales o políticos, sino en nuestra capacidad de decidir cotidiana. Tal vez porque el conocimiento es tan mutable, o mejor dicho, los acontecimientos y factores que inciden en nuestras vidas lo son, y no sabemos reaccionar. A veces para dar un paso debemos negar otros ¡y cuánto nos cuesta dejar de lado lo que poseemos! No sé, es un apunte. Comparto contigo y te diré que adem´s me produce mucho desasosiego no aplicar el saber. ¿Será porque no es precisamente la linealidad lo que guía las vidas en general, incluidas las bacterianas?
EliminarUn saludo, Conxita.
La vida era un juego, al comienzo, luego comenzaron a poner reglas, leyes, reglamentos, obligaciones, pagos anuales, mensuales y quincenales, visitas al médico cada dos meses, y un sin fin más de detalles que nos olvidamos de cómo debería de ser todo...
ResponderEliminarSuerte,
J.
Un sinfín, José, y que lo digas. No me extraña que nos neurotizásemos tanto, y sus secuelas llegan hasta el tiempo de la jubilación. El trajín que se traen muchos abuelos para ayudar a la supervivencia de hijos y nietos tiene poco de juego y sí de prolongación del castigo de Sísifo. Suerte, esa modalidad positiva del juego, que no siempre se posee.
EliminarNo estoy muy seguro de que la vida se pare durante una partida de ajedrez: se camina hacia una dimensión en la que uno se piensa dueño del tiempo y de las reglas. Pero no. El relato, excelente.
ResponderEliminarObviamente, nada se detiene. Pero no siempre lo previsto resulta ser lo que llega a término. ¿Partidas ganadas? ¿Quién puede alardear de ello? Gracias.
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