¿Conoce usted muchos casos de un poeta que dé su nombre a todo un barrio? No digo ya a un pueblo o a una ciudad, que acaso hay alguno en el planeta por eso de que un escritor puede dar renombre a un lugar, sino a un sencillo distrito. Pues aquí tiene al personaje, me indica un empleado del servicio de limpieza, ilustrado él, entendido en calles y en letras, a lo que parece, y no solo en recogida de basuras. Y señala la escultura de aquel Antonio Ribeiro, apodado el Chiado, poeta de sátiras y otras chanzas de hace más de cuatro centurias. Chiado gesticula sobre su pedestal, declamando para nosotros y de paso convidándonos a que participemos en el jolgorio de sus versos, que uno imagina simplemente con contemplar su mímica y su entregada postura. Nunca había visto una estatua tan poco estatua, le digo al joven de la limpieza. Si no fuera por el color oscuro del bronce se podría pensar que es una figura humana que ha subido a hacer su número de circo para que los transeúntes le den un dinero. ¿Ha leído usted algo de Chiado?, me pregunta. No, ni siquiera había oído hablar de él antes, le digo. Pues entonces quédese ahí delante, contemple su rostro jocoso y de qué manera agita sus manos y cómo alterna la posición de sus pies. Me sale una carcajada benévola. El empleado de la limpieza tuerce el rostro y me suelta: es usted un hombre de poca fe literaria. ¿No sabe que antes de la escritura ya se narraba de viva voz y que incluso después de que se publicaran ediciones la voz seguía teniendo su importancia y su vigor? Por supuesto, por supuesto, pero ¿es el caso?, me defiendo. El caso es que no teniendo a mano una obra de Chiado para que usted lo descubra lo que debe hacer usted es permanecer al pie de la escultura un rato. Busque, eso sí, el ángulo desde donde mejor le llegue la voz oculta del poeta. No se deje impresionar si le mira de frente, ni piense que le hace burla. Usted escuche, escuche. El camión del servicio ha arrancado y él se ha agarrado a vuelo de uno de los puntos de sujeción del vehículo. Perplejo aún, giro la cabeza instintivamente hacia Antonio Ribeiro, como si oyera algo. Y si ese eco que emana de su boca risueña le llegara a un viajero...
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El empleado de la limpieza era el mismísimo Chiado.
ResponderEliminarNo sería de extrañar, algo así como una encarnación transtemporal.
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