El hombre de la boina y el bastón no cesa en sus paseos diarios. Dice que aún siente un cosquilleo en la planta de los pies cada vez que sale a la calle. Que se trata de un extraño complejo que le invade desde que en la infancia le contaron de cierta devastación antigua de su ciudad. No le inhabilita en absoluto, ni le conduce a otras manías. Pero ni los años obligados en África, ni la bochornosa sumisión de los tiempos oscuros, ni los cambios traídos por la última oleada de modernidad han podido con su peculiar obsesión. En realidad, dice él, no es angustia, ni me produce inseguridad, sino que más bien es una especie de post sentimiento. ¿Post sentimiento?, le inquiero. Algo así, dice él, como si aquel acontecimiento funesto que causó tanto daño entre los habitantes y bienes de la ciudad permaneciera vivo en una subterránea instancia genética de mi memoria. Le escucho asombrado y trato de argumentar frente a su insólita fijación. Pero eso pasó hace mucho tiempo y han transcurrido demasiadas generaciones desde aquella catástrofe. Los que fueron marcados por aquella desgracia y sobrevivieron hace tiempo que dejaron de existir. Además, ahí lo tiene, hoy todo está nuevo, pujante, funciona como nunca, y usted mismo ha llegado por la bondad de su propia naturaleza a una edad avanzada. ¿Qué más puede pedir? El anciano sonríe con sarcasmo. ¿También usted va a decirme que todo está bien? No olvide aquel poema del filósofo francés:
Filósofos que, errados, gritáis: 'Todo está bien'
¡Acorred, contemplad estas horribles ruinas,
Esos infames restos, esas tristes cenizas,
Esas madres e hijos en confuso montón...!
Ah, pero sería un hombre falso, me dice, si los versos del poeta clarividente los citara solo para evocar circunstancias infames o devastadoras del pasado. Ha habido tantos pasados y tantos desastres. Hay tantos presentes y tantas calamidades...Me sorprende y consigue llevarme a su orilla. ¿Quiere decir que los versos de Voltaire, a quien tanto impresionó la destrucción de esta ciudad, siguen en vigor? ¿Que no son retórica ni plegaria sino una reflexión profunda sobre la pervivencia del infortunio y del mal? Hijo, me responde el hombre, la sensibilidad de la poesía es duradera. No por la poesía misma sino porque las desdichas que los hombres o la naturaleza causan siguen repitiéndose como en las épocas más lejanas. Ya dice en su poema el autor que ambos admiramos:
El anciano me deja la cita a modo de despedida. Luego prosigue su paseo mientras una humedad blanca impregna la plaza.
Todo, elementos, bestias, humanos, está en guerra.
El mal domina al mundo, hay que reconocerlo.
Su principio secreto no nos es conocido.
Al menos queda esperanza mientras haya gente a la que le cosquillee la planta de los pies al pisar la calle.
ResponderEliminarNo sé si el mal domina al mundo, pero si sé que hay mucho mal en el mundo.
Un abrazo, Fackel.
El mal domina, no me cabe duda. En todo un despliegue de manifestaciones: avaricia, estupidez, soberbia, ignorancia, enfrentamiento, ira... Creo que Voltaire lo tenía claro. Buenas noches, Carmela.
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