Náufragos. A los lapiceros se les perdonaba la vida cuando al pulgar y al índice al unísono ya les costaba cogerlos. Un indulto de vejez. La juventud faber castell apretaba y nuestros dedos deseaban palpar la nueva sangre. Eso fue en otro siglo, antes de la era informática. Pero el tacto y los labios recuerdan. Nuestros sentidos deben tanto a los lápices. Y aquella inmersión en pensamientos perdidos cuando teníamos una vida por delante.
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Hace 26 minutos
Fackel mi infancia resultó tan triste que condicionó el resto de la vida. Ahora estoy intentando tomarme la revancha, es decir compensar. Cualquier buen recuerdo se podría acompañar de penurias emocionales diversas que solo se compensaban con la experiencia guiri cultural.
ResponderEliminarOtros hemos acumulado muchos lápices gastados...
EliminarSiempre he asociado el lápiz con la libertad (la tecla tiene un inquietante viso de sentencia). Tengo tarros colmados de las virutas resultantes de años de lápices afilados, y aún conservan ese inconfundible y evocador aroma que, de tanto en tanto, aspiro con fruición.
ResponderEliminarVeo que compartimos experiencias y sensaciones análogas. Es que somos tan antiguos...(Y yo que me creía el fetichista de los lápices)
EliminarMi infancia tiene el olor de la madera y el grafito. En la cal de las paredes de la casa, aún los trazos. Y faunos, sirenas, y abrebocas y pájaros. Gracias por la memoria.
ResponderEliminar¡Compartimos memoria análoga, Daniela! Olores, sabores, tactos, imágenes...el poder de NUESTRA memoria.
EliminarTengo ante mí dos lápices a punto de ser condenados. Tu entrada me hará indultarlos un poco más, quizá perdonarlos a perpetuidad y guardarlos como hace Loam. Comparto contigo ese amor nostálgico por lo analógico. Olores de goma de borrar, de papel nuevo, de lápiz recién afilado... Quizá es la nostalgia de la infancia. Esa que nunca vuelve, pero que nunca se va del todo. Un saludo.
ResponderEliminarNostalgia puede ser sabiduría. Retenemos de alguna manera -mente o literatura- lo que fue y donde nos hicimos. Nos hicimos por tanto con lápices, sacando punta, borrando, desalojando o guardando virutas, derramando tinta...algunos quedamos de los que aprendimos a escribir caligrafía con plumín y palillero, y secante, y tinta que se derramaba y chapones...Como bien dices: nunca se va del todo, incluso cuando uno esté postrado creo que olerá lo primigenio...que va más atrás aún y cierto sabor natural lácteo tal vez nunca podamos precisar. Gracias, Agustina. Me has arrastrado a la voráagine de los recuerdos.
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