Imposibilidad de huir del pasado. También, ¿o acaso sobre todo?, es nuestra casa. Seguimos ocupando espacios que se sobreponen, se cruzan, nos rozan, nos engullen. Nos acercamos a una estación de ferrocarril obsoleta y vacía, pero recorremos su ajetreo. Nos pegamos al decrépito caserón, cerrado a cal y canto, y escuchamos las voces del vecindario. Paseamos junto a los muros de una antigua fábrica azucarera abandonada y nos llega estridente el sonido agudo y continuo de la maquinaria y padecemos el trasiego de tractores que van depositando ordenadamente la remolacha embarrada salida de la tierra. Empujamos la puerta de un café a punto de demolerse y nos sumamos a la tertulia de fantasmas. Miramos fijamente la maleta de cartón que vende un chamarilero y nos vemos sujetándola para un viaje de noche. Estancias múltiples, lejanas, que se activan a golpe de memoria. ¿Será que volvemos a habitarlas?
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Nunca están del todo abandonadas. Siempre están llenas de esos fantasmas. Excelente texto.
ResponderEliminarYa te digo: seguimos habitando estancias e instancias que fueron y las llenamos de vida con nuestros recuerdos.
Eliminarla memoria no habita en nosotros, nosotros la habitamos
ResponderEliminarme gustó, saludos
Cuando desaparezcan esos testigos físicos nuestra memoria se abstraerá del todo y otros nos tomarán por fantasmas del pasado.
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