"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





viernes, 25 de septiembre de 2015

Hallazgos: fiebre






















Tiempos en que la fiebre te cercaba y sentías la inapetencia, la pérdida de fuerzas y el extravío del humor. Y tu madre estaba encima con un cuidado vigilante. ¿Suena a cursi este pensamiento rescatado? ¿Se puede perder la memoria de lo más hermoso solo porque nos hayamos hecho mayores? Ahora, uno se da cuenta de que no. Y que de aquella dedicación emanaba un amor que salvaba el término en un mundo de empleo vacío de las palabras. Sé de un hombre, que muró muy anciano, que durante los últimos años me confesó con frecuencia que sobre todo se acordaba de su madre. El recuerdo como conjuro además de gratitud y de un reconocimiento profundo.


(No podía perderse la foto de curso. Aunque el estado febril reflejara en su rostro una estética taciturna, dolorosa y endeble. Gracias a una de esas locuras que de vez en cuando se hacen puede contemplarse hoy. El gran valor de la fotografía es no temer las formas. Es verdad que a veces, cuando da con esta imagen, se da pena de sí mismo. Pero se quiere)


Dedicado a la mujer que me mimó en aquellos años.



7 comentarios:

  1. aquellos labios en la frente a los que no les hacía falta termómetro alguno.
    airear el cuarto tras una noche febril, un vaso de agua con limón y azúcar en la mesilla. Un pañuelo húmedo en la frente.
    Y sobre todo el mimo flotando por toda la habitación.
    un abrazo
    Irene

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    1. Y sobre todo comprensión, mucha comprensión. Gracias, Irene.

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  2. En el fondo,fondo,solo nos mueve una cosa,querer y que nos quieran.Y para ello,nadie como la madre.
    Excelente la fotografía,de las que hay que conservare a toda costa para no olvidar nunca quienes fuimos.

    Saludos

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    1. Cierto, Joaquín, en todas tus palabras. Y sí, uno procuró siempre conservar la fotografías antiguas, siguen repletas de claves e incitan a nuevas reflexiones. Un abrazo.

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  3. También se de un anciano a quien me tocaba administrar morfina para paliar sus dolores, que falleció en mis brazos de 30 inviernos llamando a su madre.
    Por contra la niña que fui agradecía la fiebre para descansar un rato de la presión y dormir sin conciencia de tiempo mientras la figura de mi atormentante progenitora se dedicaba a sus labores y me dejaba tranquila esas horas. Fue una infancia terriblemente estresada que seguramente marcaría una existencia vital , si bien encontré ciertos remansos de paz en cuanto eludí su presencia. Lo malo es que volvió a imponer su voluntad a partir de los 28, pero para entonces la niña ya tenía dos varoncitos a los que encaminar y prestaba menos atención a los sinsentidos.
    Su falta de amor también marcaría una existencia de búsqueda y encuentro con el único consuelo factible, el filosófico, pero lo que no mata engorda, ya sabe vd.

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    1. Por cierto, genial su febril y notarial ocurrencia de aparecer en la foto,. Se ve que desde infante le movia la cuestión social aún a precio de dolor.

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    2. Creo que sería más bien un instinto de Ego, ¿cómo se iba a quedar uno marginado de la existencia escolar si no aparecía en la Memoria? Así que con fiebre y todo...

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