Tras la comida frugal, pero entretenida, con Safo ambos hemos disertado con amabilidad y campechanía.
- ¿Sabes lo que pienso?, le digo. Que cuando uno llega al corazón del otro es como si realizara un largo viaje. Allí le son revelados otros paisajes. Y el otro nunca es el destino definitivo sino una nueva manera de comenzar. Porque el viaje al otro es también un viaje hacia el interior de uno mismo. Oh, no digo que se llegue al fondo, pues a lo profundo del hombre -sea el ajeno, seas tú mismo- no se llega jamás. No porque sea insondable, sino porque cambia. Pues el hombre no es un pozo cegado, sino que está formado de cieno permeable y criador que nos sigue haciendo. Uno no se levanta cada día como se acostó la noche anterior. Uno no es el mismo tras haber amado a otra persona que también ha alcanzado a través de ti una parte de conocimiento de sí misma. Uno no permanece impasible tras desentrañar la materia o el acontecimiento que le intrigaba. Uno no es piedra de cantera, pues la bondad de otro ser cariñoso le modela con otra imagen. Mientra vives puedes sentir hastío o confusión o agotamiento, pero es debido al esfuerzo del recorrido. Incluso si llegas a la ancianidad, y no obstante el acoso de la enfermedad o de la degradación, te ha de parecer que tu vida, tu viaje, sigue estando pendiente de alguna manera o inacabado. Como si dejáramos sin acometer empresas o cultivar ilusiones que aún nos seducen. Tal es la pasión que ponemos en los vínculos por acercarnos a los otros, en todos cuantos nos vemos reflejados o simplemente atendidos.
- ¿Crees entonces, amigo, que cuando uno muere ya viejo, haya cansancio o decrepitud que invitan a la rendición total, no ha renunciado del todo al viaje?
- No hay renuncia, hay impotencia. No renunciar es un acto aprendido y consolidado en nosotros mismos. La impotencia y el desfallecimiento, que llevan a la aniquilación, se nos impone desde la implacable materia que no puede ya sobrevivir si está consumida definitivamente.
Para viajar al otro se necesitan ciertas cualidades. La mayoría se atreve a una excursión propia de turistas adocenados. Conformarse con el circuito habitual y concluir que se ha viajado de verdad, es la gran mentira de los que quieren y no se atreven a iniciar el viaje. Para esa ruta al otro, paralela a la intransferible y personal que nos conduce a la vejez y la enfermedad, hace falta proveerse de pocos pero esenciales objetos, materiales o imaginativos. A lo shackelton, para resistir en lo inhóspito, el helado refugio desde donde se ven los mejores amaneceres.
ResponderEliminarSuperada la prueba, sí, entonces hemos viajado al otro. Y la impotencia no asoma porque ya sabemos qué vamos a encontrar.
Das en el clavo. Ese conformarse con el circuito habitual está muy extendido. Pero para contemplar los mejores amaneceres hay que descender antes al centro de la tierra de nosotros mismo, ¿no?, aunque parezca contradictorio. De todos modos, se trata de un largo viaje y no sé si alguna vez tendremos certeza de llegar a destino.
EliminarConsumida
ResponderEliminarahora, si la vida
quiere, que
me alimente
ella. Yo
dejo de darle
de comer
a la vida.
(abrazo. :))
Hum, ¿no será que nos retroalimentamos la vida y el ser?
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