- Oh, ¿por qué dijiste a Citerea engañosamente, Safo, que el tierno Adonis había muerto para siempre?
- Así me lo dijeron a mí, ¿qué podía hacer yo sino llorar su desaparición y clamar por la pérdida?
- ¿No sabes que la belleza permanece a pesar de las obras destruidas por los hombres salvajes y de la nefasta alegría de los dioses envidiosos ? ¿Y que mientras haya ruinas y se transmita el recuerdo sobrevive una pizca de lo hermoso? ¿Desconoces, acaso, que el arte es eterno?
- Nada de eso, pues bien has entendido desde que me conoces que me admiro por todo lo creado y me indigno por lo que se deshace gratuitamente. Y canto a todo aquello que hace concebir esperanzas a los hombres y, especialmente, a cuanto invita a emerger a su esencia más amorosa.
- Quien duda de la noble misión de los mortales en este mundo, gozar y disfrutar de lo que se han concedido por la benevolencia de una parte de su carácter, está abocado a tomar erróneamente como digna, sabia y placentera la violenta conducta sin salida que algunos desesperados nos ofrecen, graciosa Safo. Yo te creo y te animo. Escribe pues, una y otra vez, no solo recordando las gestas del amor sino animando a que los hombres corrijan la maldad y enderecen sus destinos.
Desde lo alto del peñasco, quizás en días despejados podamos divisar Citerea, la isla de los sueños barrocos. Cuántos hubiesen vendido su libertad por llegar a la isla galante, donde Afrodita tiene su templo.
ResponderEliminarCiterea fue sueño de aristócratas de pelucas empolvadas y de haraganes que querían vivir con el espinazo tieso que, juntos, se embarcaron en la nave de Watteau rumbo a la libertad que creían encontrar en el paraíso insular de Citerea.
En realidad lo que buscaban era el libertinaje. Buscaban encontrar la tierra de la promiscuidad.
¿Qué ocurre? ¿Cómo es que siempre hemos situado las utopías en las islas lejanas?
Son las islas de la razón donde se cumplen las ilusiones y que están rodeadas de aguas tenebrosas donde viven las sirenas. Por arribar a la isla estamos dispuestos incluso a embelesarnos con los melifluos cantos de las hijas de Aqueloo, ¡Insensatos!
Podrás embarcarte. Para llegar a Citerea deberás sortear riscos que apenas emergen peligrosamente junto a las orillas de la isla, pero que están ahí para impedirte que arribes a la costa. Cada vez que sortees un escollo y cada vez que salgas indemne de un canto de sirena se acrecentará tu delirio y tu afán por llegar a la isla. El viaje hacia la utopía se convertirá en una travesía donde la sinrazón irá en aumento.
- E la nave va.
Al llegar a la ínsula añorada, encontraremos peñascos calcinados por donde trepan las cabras, una tierra donde las abejas zumban entre arbustillos y pitas, donde no se encuentran los sueños salvadores y donde nuestras esperanzas quedan reducidas a algunas sombras bajo el mirabolano.
Ahora, desde lo alto del acantilado, oteando el horizonte, puede que nuestra única utopía sea el ardid, la trampa, la astucia, sea el afán que mentalmente nos lleva a Citerea, pues allí en la isla, la tierra es baldía; eso sí, desprovista de fronteras. Es tan pequeña.
Salud
Francesc Cornadó
Poco que añadir a la catarata imaginativa y acertada de tus letras, Francesc. Me haces meditar, pero prefiero guardar silencio y no opacar con comentarios baldíos tu genial discurso, amigo. Salud.
EliminarExtraordinarias tus palabras: "¿No sabes que la belleza permanece a pesar de las obras destruidas por los hombres salvajes y de la nefasta alegría de los dioses envidiosos ? ¿Y que mientras haya ruinas y se transmita el recuerdo sobrevive una pizca de lo hermoso? ¿Desconoces, acaso, que el arte es eterno?"
ResponderEliminarIdentifico a Citerea como la isla galante de los deseos. Hoy la isla puede estar poblada por cabras y turistas, pero la belleza permanece, por lo menos la belleza del deseo de llegar a la isla.
Salud
Si no nos quedara la esperanza de la isla metafórica...y ese deseo de llegar a donde aún percibamos la belleza...
EliminarUn Voyage à Cythère
ResponderEliminarMon coeur, comme un oiseau, voltigeait tout joyeux
Et planait librement à l'entour des cordages;
Le navire roulait sous un ciel sans nuages;
Comme un ange enivré d'un soleil radieux.
Quelle est cette île triste et noire? — C'est Cythère,
Nous dit-on, un pays fameux dans les chansons
Eldorado banal de tous les vieux garçons.
Regardez, après tout, c'est une pauvre terre.
— Île des doux secrets et des fêtes du coeur!
De l'antique Vénus le superbe fantôme
Au-dessus de tes mers plane comme un arôme
Et charge les esprits d'amour et de langueur.
Belle île aux myrtes verts, pleine de fleurs écloses,
Vénérée à jamais par toute nation,
Où les soupirs des coeurs en adoration
Roulent comme l'encens sur un jardin de roses
Ou le roucoulement éternel d'un ramier!
— Cythère n'était plus qu'un terrain des plus maigres,
Un désert rocailleux troublé par des cris aigres.
J'entrevoyais pourtant un objet singulier!
Ce n'était pas un temple aux ombres bocagères,
Où la jeune prêtresse, amoureuse des fleurs,
Allait, le corps brûlé de secrètes chaleurs,
Entrebâillant sa robe aux brises passagères;
Mais voilà qu'en rasant la côte d'assez près
Pour troubler les oiseaux avec nos voiles blanches,
Nous vîmes que c'était un gibet à trois branches,
Du ciel se détachant en noir, comme un cyprès.
De féroces oiseaux perchés sur leur pâture
Détruisaient avec rage un pendu déjà mûr,
Chacun plantant, comme un outil, son bec impur
Dans tous les coins saignants de cette pourriture;
Les yeux étaient deux trous, et du ventre effondré
Les intestins pesants lui coulaient sur les cuisses,
Et ses bourreaux, gorgés de hideuses délices,
L'avaient à coups de bec absolument châtré.
Sous les pieds, un troupeau de jaloux quadrupèdes,
Le museau relevé, tournoyait et rôdait;
Une plus grande bête au milieu s'agitait
Comme un exécuteur entouré de ses aides.
Habitant de Cythère, enfant d'un ciel si beau,
Silencieusement tu souffrais ces insultes
En expiation de tes infâmes cultes
Et des péchés qui t'ont interdit le tombeau.
Ridicule pendu, tes douleurs sont les miennes!
Je sentis, à l'aspect de tes membres flottants,
Comme un vomissement, remonter vers mes dents
Le long fleuve de fiel des douleurs anciennes;
Devant toi, pauvre diable au souvenir si cher,
J'ai senti tous les becs et toutes les mâchoires
Des corbeaux lancinants et des panthères noires
Qui jadis aimaient tant à triturer ma chair.
— Le ciel était charmant, la mer était unie;
Pour moi tout était noir et sanglant désormais,
Hélas! et j'avais, comme en un suaire épais,
Le coeur enseveli dans cette allégorie.
Dans ton île, ô Vénus! je n'ai trouvé debout
Qu'un gibet symbolique où pendait mon image...
— Ah! Seigneur! donnez-moi la force et le courage
De contempler mon coeur et mon corps sans dégoût!
— Charles Baudelaire
Oh, mon dieu! Baudelaire, Baudelaire toujours, va à la rencontre.
EliminarSoy de las que se indignan por la destrucción gratuita...
ResponderEliminar=(
Y yo en grado sumo, ¡y he visto tantas destrucciones! Mi propia ciudad sufrió el salvajismo de la especulación urbanística en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado. Irreparable. Pérdida del caso antiguo como tal´. Palacios y casas nobles de una ciudad que incluso brevemente llegó a ser ciudad y corte. Un horror.
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