El extranjero que acogimos se ha integrado de tal forma en nuestros círculos que causa expectación. Sus maneras reservadas y prudentes encandilan a los adultos. La cuidada presencia física y el tono de voz grave pero cálido impresionan a los jóvenes. Algunos le agobian a preguntas, pero él elige las justas para responder. Tal vez las que considera más interesantes o sobre los temas que puede hablar con propiedad. Si bien su pronunciación resulta aún bastante gruesa lo compensa con la expresividad de los gestos y la exposición medida de su discurso. No solo habla de sus orígenes y de los desplazamientos que ha vivido, sino también de los oficios aprendidos, de las levas obligadas y de las aventuras que han salido a su encuentro. Lo que observo es que no se limita a contar de pasada sus experiencias, sino que lo hace con un estilo especial. Tú, Safo, sueles decir que narra, que recrea. Vive y hace vivir cada episodio. No es retórico ni ornamental. Pero sus silencios precisos o su modo de hacerse preguntas y dejarlas en el aire cautiva a los oyentes. Se ve en los rostros que un aire fresco ha venido a renovar el ambiente. Me da igual si ha vivido cuanto relata. O si se trata de un embaucador con todas las de la ley. No pide nada a cambio, salvo ser escuchado.
(Fotografía de Mona Kuhn)
Y regala la magia de la imaginación...
ResponderEliminarAsí empezó lo que acabó alguna vez siendo literatura. Lo oral tendría su riqueza al ser transmitido, ¿no?
EliminarMe gustaría escuchar a quien ajusta su discurso para relatar una historia que prende la atención. Qué más da si es ficticia. De hecho, es lo de menos, lo que importa es la historia.
ResponderEliminarAsí es, pero yo matizaría: lo que importa sobremanera es la historia bien contada, bien narrada. Los recursos de estilo pueden generar variantes del relato. Ha habido urdidores de historias antes que escritores.
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