Bajo la bóveda del lugar soterrado un estuco representaba a un hombre y una mujer con ricos vestidos elevando una copa de vino moscatel. Ambos se sonreían con complicidad en la penumbra y giraban sus rostros hacia mí ofreciéndome el cáliz. Es la eternidad, me proponían en su lengua arcaica. Yo rehusaba. Prefiero lo inmediato, les respondía humilde.
martes, 10 de junio de 2014
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