"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 26 de septiembre de 2013

La entrega de los pies




















...y al ser lo más parecido al aire no dudaba en poner los pies sobre los pies de ella, y cuando ella lo atraía hacia sí él no dudaba en buscar la manera de acariciarla los pies, y al hacerlo trataba de comprobar si la temperatura de los otros pies se aproximaban a la de los suyos, y si la textura de la piel tersa del talón de ella y de los dedos y del empeine de ella no diferían excesivamente de la que él estaba acostumbrado a percibir cuando en las noches frías trataba de proveerse de calor, y fue así con aquella lentitud de explorador que mide cada avance sobre el terreno como empezó a desarrollar fuera de sí mismo el lenguaje de los pies, y fue de esa manera como ella se dejó guiar por los pies de él, y de tal modo que unas veces era él quien iniciaba la conquista de alguna nueva zona del cuerpo de ella, y otras veces ella misma propiciaba que los pies de él se adentraran por superficies de su cuerpo a las que nunca habían tanteado unos pies, y se dijeron: las manos ya han aprendido a volar hace tiempo, y se confesaron: la boca ya llenó otra bocas y vació otras cavidades y trazó perímetros hasta agotar los cuerpos, y apostaron: ahora es el momento de dar la oportunidad a los pies, los grandes olvidados, los que pasan desapercibidos, los que no han contado porque no les hemos dejado espacio ni concedido sentido ni aplicado simbolismo, y a medida que ella sentía la levedad de una presión de los pies de él ella le suplicaba que no se detuviera, ella le solicitaba que hiciese llegar sus pies a su cuello, a su nuca, a sus axilas, a la hoz de sus senos, y le comprimiera los muslos, y se aposentara en su pelvis, y no importando el orden que siguiera, porque el cuerpo solo se guía por un orden, se dijeron: el orden de la percepción, ella insistía en que no se olvidara de ningún palmo de su cuerpo abierto de par en par a la suave insistencia de los pies de él, y él reconoció: en tu carne piso el aire, y en cuanto la mujer advirtió el abandono del hombre y también su propio abandono solo acertó a responder: soy tu aire, y él de forma nublada y dificultosa acertó a expresar: eres todo el aire que antes he pisado sin que tuviera el perfil de la hembra, y él sintió que llegaba desde muy lejos, que había tardado toda la vida hasta llegar a aquel instante, y ella se llenó de los pies de él, y al abrir de pronto los ojos comprendió que los pies del hombre no eran solo los pies sino que se crecían hasta adquirir la figura entera del mensajero




    

4 comentarios:

  1. … el estribo de los pies… simplemente querido Fackel, dejarte un saludo y decirte que estas entregas me hacen pensar que la aspereza, aún sea la del aire, ha de ser refugio a este “estar perdido” tal vez que labre… un fuerte abrazo amigo!!

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    1. También te saludo, çç. Ni que decir tiene que los pies pueden espolear más de lo que acostumbramos a hacer y con una practicidad más relajada y satisfactoria. Sí, tienes razón, se busca la manera de escribir de aquello que no deja de ser ajeno ni humano pero compense la acritud y la desapacibilidad de estos tiempos. Una opción muy personal, por supuesto, que uno agradece sea soportada por quienes pasáis por aquí. Un abrazo fraternal.

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  2. El lenguaje de los pies era elocuente, sin embargo, su sombra carecía de cabeza.
    Salud
    Francesc Cornadó

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    1. Las sombras, esos perfiles tan maleables...que ignoran todavía más a los pies. Salud siempre.

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