"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





domingo, 26 de junio de 2011

Concerto notturno




No sé si fue el insomnio de la otra noche lo que trajo la frase a mi mente. O si fue la cita lo que me llevó al desvelo. Hubiera sido más cómodo recurrir al calor, pero también más necio. Sin embargo, no había manera de quitármela de la cabeza. Y si no borrar la definición entera, al menos descargar parte de la brutalidad que la acompañaba. Guido Ceronetti es un sabio. Es traductor, y nada menos que de textos bíblicos, lo cual le otorga ya una sabiduría que se nos niega a los mundanos. Pero es muchas más cosas relacionadas con el pensamiento y la palabra. Su método es un mix de sarcasmo, de indagación metacrítica y de capacidad desbordante de sorpresa. De él sólo he alcanzado a leer su versión e interpretación del Cantar de los Cantares de Salomón, que lo tengo entre los favoritos. Y también su no menos incisivo, irónico y sabio El silencio del cuerpo, un título seductor y hermético, que recomiendo con pasión.

Precisamente la cita de mi noche en blanco procedía de El silencio del cuerpo. Concisa, sintética, ilustrativa. El arma más peligrosa que se ha inventado es el hombre. ¿Por dónde cogerla? No puede ser que esté diciendo lo que dice, demasiado salvaje, trataba de convencerme a mí mismo. O: es metáfora, Fackel, nada que objetar. O: una boutade de sabios que gustan de provocar a sus lectores. Y sin embargo, me parecía tan real, tan sugerente, tan verídica. Me hacía ver algo así como: donde el hombre pierde su acontecimiento para convertirse en medio criminal.

Probé a jugar con ella. Por ejemplo, rediseñarla: el hombre se ha inventado a sí mismo como arma. Repasé con la imaginación la bajada de los árboles de los primeros homínidos, el manejo de los brazos y piernas, la utilización de los recursos al alcance, las primeras transformaciones, los choques con otras especies, los enfrentamientos con otras tribus…Y todo se ejecuta como un arma puntual, exacta, necesitada de lograr un fin. La cuerda combada de la Historia no ha hecho sino confirmar la ironía de Ceronetti. No escandalizarse por ella. Los hombres no somos hijos de la santidad, ni del designio, ni de la elección de demiurgo alguno. Si somos algo, somos hijos de la necesidad. Y en este sentido, sin duda, somos autoinvención, y nada inocua, por cierto.






2 comentarios:

  1. Lluvia de Estrellas27 junio, 2011 22:45

    Desde luego, la cita se las trae. Lo que más me asusta no es que sea el hombre el inventor de esa arma, sino que sea el que la manipule.

    ResponderEliminar
  2. Es que el inventor manipula siempre su obra, Lluvia. Pero somos así, sin dramatismos.

    Agraezco tu comentario.

    ResponderEliminar