domingo, 8 de mayo de 2011
Malena S. / 24
Malena, Jan y Karel se han ido a Dresde para todo el día. La tozudez de Malena no tiene límites. Lo que se le pone entre ceja y ceja lo lleva a efecto. Ha debido engatusar a Karel puesto que éste no ha tenido inconveniente en cerrar la tienda. Un día es un día, ha dicho en la estación, y me estaba haciendo falta una aventura. Y ha reído, regocijándose con el doble sentido. No sé en calidad de qué iba Jan. Ah, sí, de erudito supongo. Pero, ¿por qué ha tenido que echar mano de una excusa? Que le venía bien porque así mataba dos pájaros de un tiro, ha dicho; entrevistarse con un colega alemán y seguir la pista que ha lanzado Malena. A él le apetecía ir, simplemente. Le gusta meterse en todo y hace bien, tiene olfato para desplegar sus conexiones. Yo creo que no hay nada tangible respecto a la enigmática maleta de Lenka Sbovoda, y que la pista, no sé si un mero rumor o la confidencia de un anciano lejano, se va a diluir en cuanto se paseen los tres por las galerías de arte a la orilla del Elba. Repitió Malena que tenía que haber ido yo también, pero no ha insistido demasiado. Nos hubieras desanimado desde el primer pie en el andén, ha dicho delante de los demás. Así que muy temprano les he dejado en la estación y me he ido a trabajar. Al volver a casa tenía una llamada de Malena en el contestador; que volverá a llamar, dice, aunque no mostraba su voz demasiado entusiasmo. Había también otra llamada, pero no ha dejado mensaje, y me ha intrigado. No reconozco el número. Estaba recogiendo el piso y ha sonado de nuevo el teléfono. ¿Malena?, he preguntado varias veces con insistencia, pero no respondía nadie. Han colgado. Por un momento me han venido al recuerdo los tiempos anteriores al cambio en el país. Aquellas prácticas siniestras para atemorizar a los opositores. Pero no tiene sentido ahora. Ni estoy metido en nada ni nadie requiere para que me observen. ¡No! Me he pillado a mí mismo confundiendo los tiempos. Como si el subconsciente me provocara o se rebelase; y me ha forzado a racionalizar el momento. Qué larga mano tienen siempre las dictaduras, eh Michal, he dicho en voz alta frente al espejo del retrete. Casi tanta como la mano del padre, me ha respondido un eco muy tenue desde el otro lado.
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