"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





jueves, 5 de mayo de 2011

Malena S. / 22


He sudado mucho esta noche. Creo que me resfrié ayer. Malena me dejó plantado bruscamente a la puerta de su casa. No sé si fue un aviso, pero tuve que volver solo; tomé el último metro y anduve un rato acosado por las cuchilladas húmedas de las calles. Bebí para entonarme un vodka añejo que tenía en casa. Y de paso diluir el malestar causado por la defección de Malena. Mi cuerpo se ha retorcido entre las sábanas. En la congestión no he distinguido si era pensamiento o fantasía. Desde una distancia invadida de luz Malena y Martina me sonreían. Se cogían de la mano y bailaban pausadamente; de pronto se separaban y arrancaban veloces, trazando círculos, como derviches giróvagos, manteniendo una extraña concentración. Se acercaban a mí como posesas, pero a medida que estaban próximas perdían su ensimismamiento y arrancaban a reír exageradas y divertidas. Intentaban rodearme, pero me apartaba de ellas. Tiraban de la sábana tratando de arrebatármela, pero yo me resistía contumaz, como si en ello me fuera la independencia o la energía. Pero mientras Malena me zahería y se mostraba agresiva conmigo, Martina permanecía en segundo plano, expectante, retraída, irresoluble. Michal, elige, me imprecaba Malena. Que elija, ¿qué?, le decía yo confuso. Escoge entre una Malena o la otra. Entre la Malena que te exige y la Malena que te implora. Entre la que quieres controlar y la que no se deja arrebatar por nadie. Entre la Malena pérfida y la Malena inocente. Entonces sentí que me ahogaba en sudor, que mi propia transpiración se convertía en una ajorca que ceñía mi garganta. Y que Malena apretaba con sus manos aquella argolla invisible destellando una mirada extravagante, enfurecida. Martina, distante, observaba atemorizada y benévola, y en su apocamiento emitía un grito agudo cargado de súplica. Me despertó el teléfono. Medio atontado, lo cogí y era Malena. ¿Pero cuál de las dos, la falsa o la verdadera? Michal, Martina no se ha presentado en la biblioteca y nadie sabe de su paradero. En un instinto traicionero, apenas en mis cabales, miré el otro lado de la cama. Sólo había vacío.

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