Yo dormía. Era verano y la puerta principal de la casa estaba abierta. Las habitaciones permanecían abiertas también. Una corriente tímida de aire atravesaba en bucle el edificio. Con la brisa llegaban aromas a romero. También sonidos acompasados y calmos. Las notas tenues de la hojarasca que los chopos mecían junto al arroyo.
Yo soñaba. Soñaba que el viento acariciaba mis cabellos y descorría la sábana que me cubría. Soñaba que una voz me decía que debía levantarme y salir fuera de la casa. Soñaba que desnudo alcanzaba la huerta, bajaba por el prado y me acercaba a la orilla del riachuelo.
Lo vi. Bufaba sosegadamente. Bebía en el agua inmóvil. De vez en cuando alzaba la cabeza y balanceaba la crin. La noche era blanca. Los campos tomaban el color del mar lejano. Un mar que yo jamás había visto.
De pronto sentí ganas de oler el mar. Me habían dicho algunos vecinos de la comarca que el mar huele de otra manera a como huelen los prados. Que cuando llegas hasta sus playas tu rostro adquiere el color de la plata y tu pelo sabe a sal.
Él era muy alto y con sus movimientos de cabeza me invitaba a subir a su grupa. Debí soñarlo. Pero desde entonces no he dejado de cabalgar. Me he dejado llevar por su ritmo. Me he acostumbrado a sus movimientos nerviosos. Sujeto con tensión las bridas, pero sobre su grupa agradecida no he hecho sino caminar hacia lo desconocido.
(Cuadro de Kuzmá Petrov-Vodkin)
Bello relato en un sueño de ficción de lo que es la vida, un continuo caminar (o galopar para los amantes de las prisas), siempre hacia lo desconocido.
ResponderEliminarSaludos, y un abrazo.
Bien, Carlos, así es. Pero también es la llamada, la elección, el despertar, la energía púber que en el grado mayor o menor nos interesa mantener. No hacer dejación nunca, no rendirnos salvo cuando la quiebra haya hecho tanta mella que nuestras fuerzas se encuentren mermadas. Salvar siempre la mente: su capacidad dinámica, el pensamiento, el lenguaje, la manifestación de lo que sentimos.
ResponderEliminarSiempre hay que estar sobre una grupa, desplazándonos en un carpe vitam.
Un abrazo desde la meseta.
agradable atmòsfera de càlido verano, dejando que el cerebro se sumerja en el onìrico.
ResponderEliminarun saludo
Blas
Además de lo que percibes es una clave. Desde entonces no se ha dejado de cabalgar. Lo captas bien. Un saludo, Blas.
ResponderEliminarFackel.
Delicioso texto, los sueños, el caballo, la andadura vital, cabalgar en mitad de la noche sin parar así es la vida.. un saludo
ResponderEliminarLos corceles del sueño son los más decisivos. Te arrebatan y de pronto puedes hallarte en otro tiempo, en otro territorio, en otra dimensión.
ResponderEliminarLo he vivido. Gracias, Ico, por decir.