"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 2 de abril de 2011




Hay días en los que no sabe si ponerse o quitarse la máscara. Es muy fácil. Es reversible. Y, como todo aquello que se puede dar vuelta, varía si se contempla desde un lado o desde el otro. Eso es lo que protege, la percepción que tengan los demás de ti. Que es la que tú les mandes a ellos. La máscara, y sobre todo la inherente, la de quita y pon, es francamente útil. Permite seguir paseando entre otros individuos sin que estos adviertan la diferencia. Pero hoy no la pone a prueba, hoy no se somete al acertijo de otras miradas. Anda tirado en el rincón. Ha probado a quitarse la ropa, a ver si así expurgaba sus obsesiones. Pero a veces la desnudez exterior no basta. No se ha lavado, no ha comido, se ha rascado la piel todo lo que ha podido, se ha mesado y desorganizado los cabellos infinidad de veces, no ha escrito una simple línea, no ha leído la prensa, ha chasqueado los nudillos con frecuencia, no ha recordado nada del pasado, no le ha dado la gana de repasar ninguna tarea pendiente del presente, no ha mirado obscenamente ningún cuerpo, ni lo ha imaginado, no ha tenido un solo pensamiento generoso, ni tampoco de placer, ni tampoco de ganancia, ni de culpa. Se ha hurtado a sí mismo cualquier posibilidad de reconocimiento. Tirado en silencio y en la oscuridad se ha hartado de palparse para asegurarse que seguía allí mismo. Ha tenido momentos en que perdía el sentido de la ubicación, incluso creía flotar. Todo un ejercicio de desalojo de sí. Cuando los vecinos, al oírle chillar, han entrado derribando la puerta se ha limitado a contestarles: apagad la luz, que me destruye. (Imagen del artista Xue Jiye)

12 comentarios:

  1. Siempre he pensado que quitarse la máscara tiene también algo de desgarro. Como un pretender despojarse de algo del interior de uno mismo que sobra.

    ResponderEliminar
  2. Si es que de tanto usarla se nos queda pegada y ni con agua caliente.
    Besos

    ResponderEliminar
  3. No hay peor juez que uno mismo ya que el rasero varía según los estados anímicos.

    ResponderEliminar
  4. Y qué razón la tuya, Felipe. Siempre pones el matiz, la vuelta de tuerca.

    ResponderEliminar
  5. Mercedes, ¿y a que hay días en que no sabemos quién es quién? Besos.

    ResponderEliminar
  6. En efecto, Rat. Has dado otra vuelta de tuerca más ajustada aún. Pero, una pregunta: esos estados, ¿oscurecen más o arrojan luz?

    Un beso.

    ResponderEliminar
  7. Arrojan luz, sin duda, ¿aunque quién dijo que la luz no puede herir?

    Un beso

    ResponderEliminar
  8. Si alguien lo dice está equivocado o es un fantasioso. La luz es tremendamente hiriente. Por cómo se manifiesta y por lo que muestra.

    ResponderEliminar
  9. Profundo relato. A veces, descubrirnos detrás de la máscara puede hasta sorprendernos a nosotros mismos. Asi, si te gustan las sorpresas, mira tu interior de vez en cuando.
    Un saludo cordial

    ResponderEliminar
  10. Cuidado, no sea que alguna vez consiga desprenderla y se quede en nada, y claro ¿quien podría asegurarle la identidad? Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  11. Carmela, así es. Los primeros sorprendidos tras la ocultación somos nosotros mismos. Independientemente del resultado. La mirada interior es la clave, obviamente.

    Cordial lunes.

    ResponderEliminar
  12. Jaj, también es verdad, Emejota. Descubrirnos sin máscara puede ser más patético que con ella puesta. ¿Cuántos no practicarán una simulación de identidad que les confunde más a ellos que a los de fuera?

    ResponderEliminar