Es extraño lo que sucede estos días, porque este lugar está bastante apartado. Las noticias siempre han llegado tarde, casi nunca pasaba nada, y apenas ha habido viajeros en tránsito. Los vecinos que quedan en la zona se han hecho a las adversidades. Todos nos hemos acostumbrado a esta situación que dura años y cada vez es más silenciosa y triste, aunque nos parezca tan normal.
Sobre todo nos hemos hecho al olvido, suele decir mamá.
Los que partieron no dan señales de vida y las autoridades nos ignoran. Y sin embargo, aceptamos y callamos. Esto último lo dice con ira.
Todos tememos la escasez de alimentos. Pero lo que nos da más miedo es sentirnos perdidos. Después de tanto discurso y tanta aventura resulta que nos falta fe, afortunadamente. Claro que los que se han mostrado más ciegos y obcecados ahora se sienten inquietos y se vuelven muy peligrosos.
Mamá me emociona y, aunque no puedo llegar a captar todo lo que desahoga con palabras me lo tomo al pie de la letra. No podría traicionar su rebeldía.
Fue bueno para nosotras que pasara por aquí el ermitaño, y que tengamos al danzarín todo el día por ahí fuera de la ceca a la meca, e incluso viene bien la presencia del molinero. A mamá a veces no la entiendo del todo.
¿El molinero? ¿Ese viejo amargado al que ha temido todo el pueblo? le replico.
No te fíes nunca de lo que digan, me corta ella.
La amargura de Gonkuro no viene por ningún abandono, sino porque su sensibilidad, que oculta con la máscara de un carácter agrio, no puede soportar el rumbo al que nos están llevando en una guerra que nos va a destrozar. Además, ¿quién crees que nos ha dado harina con la que hemos podido alimentarnos muchas veces? ¿Tu hermana en sus envíos de ropa inútil? Si callar es aprender, estoy aprendiendo, y mucho.
Y sin embargo la tranquilidad tradicional no es ya la misma. Nadie comprende muy bien lo que ocurre y por qué. De pronto gente de otros distritos y provincias aparece por aquí. Unos solo pasan, otros se dejan caer en casas abandonadas o son reubicados por algún destacamento de policía. Es esta gente que llega de lejos la que trae malas noticias.
O buenas, apostilla mamá.
Junto a su desconsuelo y sus penurias traen también esperanzas. Esta vez el sol naciente se va a poner para siempre. Las campañas de guerra están siendo un fracaso y nuestro territorio, hija mía, es vulnerable. Puede que incluso estén sucediendo acontecimientos graves en algunas ciudades del sur.
No sé cómo puede saber tanto mamá sobre la guerra. Pero aquella noche no pensé en papá. Creo que mamá tampoco pensó en él, ni en el hombre de los haigas y de las poesías al estilo occidental, ni en el destino incierto del monje fugado. Ambas estamos ya solo pendientes del hombre que no para. El único que nos transmite ganas de vivir.
(Fotografía de T. Enami)
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