"...Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto". Claudio Rodríguez





sábado, 20 de noviembre de 2010

Yama-uba y Kintarô


Kintarô amaneció a la vida y pronto lo hizo en soledad. La Tierra era tan grande para él como peligrosa. Muchos otros niños se habían encontrado al nacer en situación de orfandad y abandono semejantes, pero no sobrevivieron a la prueba. Vivir es la prueba, la única, pero Kintarô no lo sabía todavía. Hay seres tocados por la bondad del azar. Los bosques y los ribazos de los ríos no son sólo los espacios de riesgo, sino también los de la supervivencia. Yama-uba, la vieja bruja, habitaba en ellos. Yama-uba era sensible a todo ser desvalido que se encontrara por los caminos, fueran animales o humanos. Con frecuencia los acogía y les ayudaba. Su imagen física desgreñada no ocultaba los rasgos evidentes de la dulzura. La belleza dispone caminos inadvertidos a una mirada superficial. Y los consolida. Kintarô no era ningún niño enclenque. Su robustez manifestaba las ganas de vivir. La energía que emanaba de él fue reconocida rápidamente por la anciana. Ella tomó al niño entre sus brazos y le nutrió con sus pechos cargados de esencia de vida. Le dio abrigo en su cueva, le mostró el entorno, le enseñó los primeros pasos. Ambos tenían un destino, acaso el mismo. Su vínculo se fue fortaleciendo. En aquella relación de causa a efecto se alimentaban mutuamente en la ternura. Más allá, la función de la existencia preveía un horizonte de misiones diferentes. Yama-uba, protectora, tenía momentos en que se disolvía entre los vegetales y las aguas. Los utilizaba para transformar y hacer perenne su propia existencia. Kintarô probaba y se reforzaba tanto con cada fruto de la tierra como con cada comprobación paulatina de su fuerza y de su inteligencia. Ambos subían a la montaña, descendían por los vericuetos más inextricables, se bañaban en los ríos y prospectaban cada palmo del suelo que pisaban. Se reconocían en otras especies y hablaban con ellas. Yama-uba, por su edad y su experiencia, sabía más. El niño aprendía velozmente, pero a su vez ella aprendía de Kintarô. Porque lo nuevo siempre enseña a lo anterior. Y quien lo acepta sabe que nunca envejece en su corazón. El destino de Kintarô iba a ser otro. La bruja le había enseñado, sí, pero también sabía que el hijo adoptivo -¿no son todos los seres de este mundo seres adoptados por la naturaleza?- crecería y su destino tenía que afrontarlo solo y con decisión y valor. Kitarô se hizo mayor. Su robustez inicial se transformó en corpulencia y, sobre todo, en sabiduría. La inteligencia es la forma más cualificada de la fortaleza interior. Y Kintarô comprobaba que su entrega a los actos del futuro eran la garantía de transformación del mundo circundante. Yama-uba y Kintarô nunca dejaron de estar unidos. No podía ser de otra manera. Dos personas distintas permanecían distantes físicamente, en tiempo y espacio, pero en ellos latía una confluencia de origen invencible. Aquella maternidad inicial de hecho recorría sus espíritus con el fuego de una entraña vivificadora de la que no podrían desprenderse jamás.



(Pintura de Kitagawa Utamaro)

11 comentarios:

  1. ¿Es tuyo el relato?, porque me ha encantado...
    Esa Luna....ufffff

    ResponderEliminar
  2. Bueno, sí, el relato sí, es una recreación muy particular de un tema de la mitología japonesa que me parece sumamente interesante.

    En las leyendas japonesas hay variantes sobre la historia de esta pareja, pero me gustaría saber qué sugiere la historia.

    Me he asomado al balcón y la luna está bestial, desmedida, con el cielo limpio adquiere categoría eclipsante. La he saludado.

    ResponderEliminar
  3. Una recreación magnífica y un grabado inquietante.

    Un beso

    ResponderEliminar
  4. No sé si son cosas mías, Rat, pero la leyenda mitológica me gusta por lo que adivino tras ella. ¿Un simple niño hallado y salvado por una simple vieja bruja? ¿Todo tan aparente? ¿No recuerda otras connotaciones de otras mitologías?

    Me hizo y me hace pensar.

    Y formalmente, el grabado me parece deslumbrante, no puedo evitarlo. Hay unas cuantas representaciones más y diferentes sobre el tema, también de la mano de Utamaro. Pero el Kintarô moreno y rollizo de la foto tiene un aire especial. En otras pinturas, ella es más protectora y él más pasivo, más asustado, más bebé, digamos. Aquí, quien parece más entregada es Yama-uba. Me fascina, vamos.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  5. Magnífico relato, Fackel. El arquetipo del héroe está muy bien reflejado en la figura de Kintaró. Además es un héroe que no se rinde, "la vida es la prueba". Me gusta ese concepto del proceso y transformación de la vida como viaje iniciático en todos sus parámetros.

    Un abrazo de comienzo de semana

    ResponderEliminar
  6. Probablemente, la leyenda mitológica va por ahí, pero ¿no es algo más sustancioso que un héroe? O yo me empeño en ver más y desfigurar el mito. Puede. El héroe como modelo, como sugerencia u orientación, cumplió su papel. Me pregunto, como Joseph Campbell, si el mito existe hoy día. Desde luego, el opinaba que no, y yo me niego a aceptar los arquetipos actuales que son publicidad y mercado. El mito era otra cosa.

    Buen comienzo de la semana, sin mucha rabia.

    ResponderEliminar
  7. Fackel, cada cual toma de otros las teorías que más le convienen o con las que mejor comulga. Yo sigo pensando que el significado mítico de la imagen continúa existiendo; de hecho ya hemos hablado del tema. Es más, los publicistas se sirven y mucho de las teorías del imaginario propuestas por Durand y Jung, por lo que resulta relativamente fácil analizarlos. No es que los aceptemos o no, es que están. En Barcelona, una conocida Universidad privada imparte esos cursos. Conociendo las imágenes y lo que pretenden proyectar, podemos estar a salvo del ataque publicitario.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  8. Grande, Fackel. La misma prosa se ha empapado de naturaleza, en cierta forma. Todo es tan carnal, tan natural, tan básico, que resulta enormemente efectivo. Me gusta este Kindaró menos bebé, que es activo en cierta medida. Como Yama-uba, que todos desearíamos tener al lado para siempre. También activa, cuyo abrazo se parece mucho a una iniciación. Es lo que ocurre cuando las ideas, las imágenes colectivas y casi inconscientes, toman cuerpo y se humanizan, aunque sea desde una deshumanización de cuento infantil. Pero también es una forma de hacerlo presente, de darle un rostro (y unas tetas, si me permites la ironía... pero ya se sabe, la gran madre...)

    ResponderEliminar
  9. Hmmm, Ramón, nos persigue el subconsciente y Kintarô lo sabe y Yama-Uba lo sabe mejor todavía, y ambos permanecen ahí para que el viejo y necesario misterio de la vida sobre la Tierra pueda ejecutarse hasta en las raíces de nuestro sisema arterial.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  10. Precioso relato Fackel.
    Bss
    Irene

    ResponderEliminar
  11. No sé, me lo pasé bien haciendo el ejercicio. Y es que esa representación me encanta, no puedo evitarlo. Y en expresar lo que me sugiere me quedé corto.

    Gracias, Irene, por pasarte por aquí-

    ResponderEliminar