Te imagino. Estás echada sobre la cama. Desnuda. En plena extensión. Hay penumbra. Hay también un humo que asciende desde tus labios. No es el cigarrillo. Es el aroma de tu boca que no cesa. Un vapor se desplaza desde todo el perímetro de tu piel hasta el último rincón de la habitación. Yo estoy allí, empapándome de él. Mi piel está húmeda. Tienes los ojos abiertos y rasgados. Miras entre luces. Me contemplas con suavidad. Se te iluminan los ojos. Se mojan de calma. Te sientes desprovista de ti. No expulsada al vacío. Hay un desalojo de todas tus cargas en esa actitud que te concede serenidad. Me he sentado en el sillón que hay junto a la ventana. Donde lees habitualmente. Para estar más cerca. Apenas te mueves. Permanece la marca de mi cuerpo sobre la sábana. No has modificado ni una de las arrugas. Pero las tocas siguiendo un ritmo longitudinal. Pellizcas con los dedos cada nervio de la sábana que conserva la huella de mi cuerpo. Palpas incluso el llano invisible donde permanece mi olor. A veces estás tentada a hacer un haz con los surcos que mi espalda sudorosa han dejado como rastro. Y levantarlos y prenderlos otra vez con fuego. No se te ocurre alisar ni un palmo del espacio que conserva mi aura. Mi aura. Nunca imaginé llamándome a mí mismo espíritu. Huí hace tanto tiempo de las interpretaciones extrañas que me sorprenden. Y hasta me asustan los términos. Siempre me he considerado materia bruta. No soy alguien refinado. Mis ademanes no son afectados. Me agito en cada vuelo de ideas y me manifiesto con excesivo nervio. A veces incluso brusco. Lo sabes bien. Pero la brusquedad es contra mí. No. Es el punto de no retorno cuando toco la nube de una tormenta. Me paro en el límite entre mi expresión y la entrega observante y temerosa con que te decantas. O no me detengo y todo cae alrededor de nosotros. Mi espalda se va enfriando, pero no mi deseo. Me pides que coja un libro y que lea para ti. Alzo ligeramente la persiana y dejo que una luz insuficiente atraviese las páginas. Si la luz rayase las líneas estarían borradas las letras. Sospecho que tú no vas a seguir mi lectura. No te interesa el texto del libro, sino el contexto de mi voz grave, pero divertida. Tal vez lo que recite sea de memoria. Empiezo a leer por el final. Pero levanto la vista. Sigo leyendo sin seguir el libro. Para qué. Tiemblo. Te miro.
(La ilustración es de Martin Stranka)
"Siempre me he considerado materia bruta".
ResponderEliminarAl final la sorpresa es descubrir que, también nosotros, tenemos un alma.
Aunque el diablo no la quiera ni regalada.
Vibramos ahí.
(Fackel, tu escritura sigue abriendo surcos. Nos dice y nos desdice, nos hace entrar y salir de cierto código, que remodela, refuta e inquieta constantemente)
salve
qué frágil, qué revelador, qué hermoso. escrito por un Fackel que todavía descubre. y tiembla.
ResponderEliminar"hay un desalojo de todas tus cargas en esa actitud que te concede serenidad" (estás diciendo tanto; desposesión equivale a calma).
besos,
M.
Somos un temblor, vivimos en ese temblor, y sin embargo lo ahogamos continuamente...
ResponderEliminarqué se puede hacer?
ay,tu entrada me hace temblar
Buenos días.
ResponderEliminarYa veo que todos temblamos al leer.
Rat ¿Por qué lo ahogaremos?
Sómos un poco tontos, creo.
Stalker. La materia bruta tiene siempre sus afinidades, se depura, se revela transformadora y transformada. La materia bruta-hombre tiene un matiz especial y no viene dado precisamente por las ideologías o por la economía. Mi materia-bruta bebe de la infancia y te puedo asegurar que es sumamente sensible.
ResponderEliminarGracias por tus observaciones sobre mis letras. Es tu receptividad la que me aprecia.
Salud.
Pájaro. Me sentiría muerto si uno no temblara todavía. Si uno no buscara, no se dejara tocar por revelaciones y no se dejara prender por los descubrimientos. No hay renuncia en esta vida, salvo la de la resistencia física.
ResponderEliminarDesalojarnos de lo oneroso es importante. Lo pesado nos abruma y nos impide ser. No es que la levedad sea el vacío, sino lo esencial, la quintaesencia, lo que nos fija en nuestras antípodas. A mi me gusta mirarme a los pies y comprobar que el suelo me sostiene. Vibro ahí también.
Un beso.
Rat. Temblar es afinar la sensibilidad con nosotros mismos. Acaso querernos más cada uno a nosotros mismos. No aceptar más ahogamientos. Gracias por apreciar los matices de la entrada. Temblemos, pues.
ResponderEliminarAquí, somos humanos, materia bruta que en un corto espacio de tiempo (la vida humana lo es) trata de hallar lo inabarcable, lo profundo y lo duradero. Ese esfuerzo, que deseamos que revierta en nosotros al máximo, dura toda la vida y nos obsesiona. No somos tontos. Somos materia en proceso de seguir siendo.
ResponderEliminarEl temblor de lo pequeño. La desnudez de la intimidad. La belleza de lo efímero.
ResponderEliminarUn abrazo
Me he sobrecogido un tanto al leer de nuevo un texto con tantos años.
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