La habitación es negra. Negro su techo, que se desploma como el arco oscuro de un túnel. Negras sus paredes pringadas del humo antiguo del candil. Negro el piso de madera negra. Negra la tenue luz posterior del mermado voltaje. Negro el camastro desaseado. Negra la palangana de recoger tanta agua tiznada. El sillón de mimbre, negro absolutamente. Esputos negros. Las sábanas negras de envolver cuerpos negros. Olor a sudoración preñadamente negra. Hasta el silencio era negro entre aquellos cuerpos. Pasajeras sombras negras. Dinero negro por el amor más negro. Negro arcón de ropa indescifrable y carcomida. Aquellas mudas espantosamente negras. Camisas negras, incluso lavadas seguían negras. Arrinconado uniforme negro en el armario negro. Unos periódicos atrasados, ennegrecidos en su propia tinta, ilegiblemente negra. Malditas noticias negras. Esquelas negras. Fotografías que son manchas. Batallas negras, derrotas negras. Negros recuerdos de los tiempos negros. Y el traje de los domingos que jamás había sido negro, sólo oscuramente gris, acabó como la hulla. Negra la pelea al pie de la taberna. Hasta la herida reventaba en sangre negra. Negra espiral de soledad tan negra. Memoria negra con la que no se puede vivir. Desolado paisaje de un hogar vacío y negro. Negra su puerta incapaz de palparse. Negro el ventanal que no absorbe destellos externos. Supura tanta negrura hacia afuera. La piedra de la fachada va tornándose negra. El hollín de los años es más negro todavía. No existe ni siquiera lo invisible, todo es diluidamente negro. Alguien de una funeraria barata ha colgado un raquítico tapiz negro que se deshilacha y va soltando flecos negros. Negra mudez. El viejo murió y aún no muy viejo, con sus pulmones negros. Su cuerpo pendía de la viga más negra de aquel fétido cuarto. Lo descolgaron tanteando los volúmenes de la negra hura. Un perezoso cura sucio, de sotana descuidada y negra, recita oraciones sin esperanza. Se abstiene, no se olvida, de conceder perdón, y esa condena implícita limpia lo negro sin pretenderlo. Impúdicos y negros rezos. Carraspeos negros de los cuatro allegados. Negra palabra eternidad sin salvación, como su vida. La miseria del desvío es negra. El olvido es negro. La muerte es blanca.
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Consigues adentrar al lector en un bosque angustioso, siniestro, enmarañado, donde la nada y el final se convierten en sosiego.
ResponderEliminarTe atrapa, cuando lees, un sentimiento de impotencia.
Cuando vuelves a mirar la imagen, entran unas ganas terribles de abrir la ventana.
La muerte es blanca...
Salud, hermano.
De acuerdo con Sagardiana.
ResponderEliminarAhoga, asfixia dan ganas de salir por la ventana.
Sagardiana, Aquí. El bosque está fuera. La angustia dentro de nosotros. La casa está ahí al lado. La negrura en nuestro interior. Qué bosque hay que penetrar y cruzar. Qué casa hay que habitar y abrir sus cancelas. Qué vida no es negra, pero muchas negrísimas. Una ventana es una ventana es una ventana...como la rosa.
ResponderEliminarTomo nota de vuestros comentarios. Nunca creí que "negro" pesara tanto, si no es más que la ausencia de todo color... Mis experiencias en el interior de las cuevas: todo negro, todo carente de colores. Tal vez en el texto, el negro es el color de la privación, del vacío, de la ausencia, del abandono...
No sé que más deciros.
Intentaré una contrapartida. O una continuación, quién sabe, jaj.
¿Los de La Salle llevaban sotana?
ResponderEliminarClaro, y algunas muy sucias, y babero, toma ya. Pero nada que ver esa especie con este texto. No me traumatizaron. En absoluto.
ResponderEliminar¿ Sabes?
ResponderEliminarHe leido de nuevo y he cambiado el color. Lo he imaginado azul, amarillo y rojo.
Y con todos he sentido la misma sensación de ahogo.
Es el relato. hay que abrir la ventana y respirar.
Salute
Es probable, Aquí. Yo lo he imaginado en blanco y te juro que lo he percibido más estremecedor. ¿Por qué será?
ResponderEliminarGracias.
Pues vas a tener razón.
ResponderEliminarNo es el color, somos nosotros al leerlo.
Gracias