Como respuesta no respondida a Stalker, transcribo este texto hallado recientemente en la revista virtual DDOOSS de la Asociación de Amigos del Arte y de la Cultura DDOOSS, de Valladolid. Su autor es Francisco Fernández Buey, catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política, en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Enseña Historia de las Ideas y Filosofía Política desde 1.994. Y además es amigo. Este texto es la primera parte del artículo “Las nuevas cruzadas de los niños”. Se puede leer entero en http://www.ddooss.org/
“Muchos libros se han escrito criticando la barbarie de los otros cuando bombardean nuestras ciudades, las ciudades de nuestros padres y de nuestros hijos. Y otros muchos también denunciando la barbaridad que representan las guerras en que eso ha ocurrido. En ellos se ha inspirado gran parte de la literatura anti-belicista o pacifista europea y norteamericana del siglo XX. Pero el espíritu crítico, anti-militarista y pacifista, parece decaer cuando hay que hablar del bombardeo, planificado por los nuestros, de ciudades en las que habita el enemigo, o sea, los padres, madres, hijos e hijas de los otros. En lo que llamamos Occidente la cantidad y calidad de los libros que denuncian, desde dentro, la brutalidad de los bombardeos de ciudades como Dresde, Tokio, Hiroshima o Bagdad, perpetrados en nombre de la Libertad y de la Democracia , no guardan relación con lo se ha escrito sobre las barbaridades de los ejércitos enemigos. Y no digamos con lo que se ha filmado en EE UU, particularmente con la segunda guerra mundial como fondo.
Todavía hoy cuando alguien escribe con rigor documental sobre los horrores del bombardeo de la ciudad de Dresde en 1945, o acerca de la brutal insensibilidad con que el Estado de Israel ha bombardeado ciudades palestinas, ha de hacer frente a una objeción recurrente: "Eso es hacer el juego al nazismo; eso es olvidarse de la barbarie que significó el Holocausto; eso es pacifismo mal entendido". En tales circunstancias se sobreentiende que el patriotismo o el aliancismo ha de estar por encima del anti-belicismo y que la conciencia política manda callar a la conciencia moral.
Y, sin embargo, no debería ser difícil darse cuenta de que si hay un pacifismo de verdad ese es el que empieza con la denuncia de las barbaridades que los nuestros perpetran contra las poblaciones civiles de los otros. El pacifismo de verdad suele ser precisamente aquello que quienes perpetran las matanzas de los padres y los hijos de nuestros supuestos enemigos llaman mal entendido. El otro pacifismo, el de la denuncia exclusiva de los horrores que causaron entre los nuestros los bombardeos del adversario en la guerra es pacifismo accidental o instrumental. Pues la sustancia del pacifismo, como se ha dicho tantas veces con razón, es precisamente no querer matar. Y, por extensión, claro está, no querer masacrar o aniquilar a los prójimos más débiles del otro bando por malvados que sean los dirigentes de las víctimas.
Si entender esto es relativamente fácil, actuar (o escribir) en consecuencia resulta difícil. Del dicho al hecho hay mucho trecho. Y resulta difícil no sólo porque los poderes dominantes han defendido siempre lo contrario sobre pacifismo y anti-belicismo, acogotando casi siempre a quienes disienten, que también, sino porque en circunstancias extremas --y los bombardeos de ciudades siempre lo son-- se pone en funcionamiento ese tremendo muelle psicológico ancestral que viene a decirnos, en el momento decisivo, que, tratándose de "enemigos" (aunque sea población civil), algo habrán hecho, y, como algo (malo) habrán hecho ellos, sus razones tendrán nuestros dirigentes para ordenar lo que han ordenado.
Si a la razón que, una vez puesto en funcionamiento el muelle psicológico ancestral, se les supone invariablemente a los dirigentes (políticos y militares) en tiempos de guerra se añade la instrumentalización, cada vez más patente, de las grandes palabras de nuestra tradición humanista (libertad, democracia, liberalismo, socialismo) el mal moral queda hecho y lo que sigue socialmente suele ser silencio. Por eso son pocos los que se atreven a levantar la voz contra la barbarie de aquellos a quienes consideramos los nuestros. Viene así a ser ley de aplicación general que el número de los que protestan contra las guerras que inician los nuestros sólo empieza a crecer cuando llegan, desde las ciudades que previamente bombardeamos, los cadáveres de nuestros hermanos y de nuestros hijos."
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